29 dic 2011

La lista de propósitos


En una mudanza, el mar de chunches siempre devuelve algunos que uno no sabía para qué tenía, otros que quería olvidar y todas esas inutilidades y recuerdos de las que uno no se puede desprender. ¿Cómo es posible que guarde un chicle fosilizado en forma de “J” desde 1995?
Luego de cinco mudanzas en cinco años, yo me he hecho inmune a esos fantasmas del pasado que toman la forma de La Guerra del Fin de Mundo de mi ex, la postal que me envió mi amigo Jeymer desde Madrid y que me hacía llorar y el recado que me escribí a los 15 años para leer el día antes de casarme. (Hey, tenía 15, la cursilería es un derecho).
Este año me topé con mis intenciones del 2002.  Si hiciera este año las del 2012, luego de años y años, ya no tendría que poner: “Dejar de fumar absolutamente”.  El IAFA dice que son siete intentos en promedio para ser exitoso. Es terrible haber documentado la prueba con tantas listas.

Hoy el NYTimes cuenta una especie de experimento que hace una de sus reporteras: sacar a pasear a su gato, cual canino muevecolas.  Es un absurdo en toda su expresión, ¿o no?
Por un lado, los gatos son rebeldes y ansiosos. No tienen la serenidad para hacer un paseo. Ellos no pasean si no que se escabullen y acechan.  ¿Qué es lo próximo,  hacerlos que nos chupen la cara y nos traigan la pantuflas?
Pero por otro lado, son seres cazadores. ¿No es cierto que fueron domesticados hace apenas 9.500 años? Su hábitat son los exteriores, es normal que quieran andar en el campo, aunque sea metidos en un absurdo arnés de jaquet.

Lo mismo me ocurre ahora con la lista de propósitos.  Tengo la duda reincidente de cuáles son mis deseos, de qué proyecto nace de mi “naturaleza” y, de cuál, en cambio, responde a la “domesticación” que he sufrido. 
Por ejemplo, ser mamá es una obligación social pero ahora no serlo también lo es, sobre todo, en círculos de gente con más años de estudio.  “¿Vas a tener un bebé? ¡Pero si solo tenés 30!” Damn.
Claro está que no hay una esencia inmaculada que está por encima de la cultura, las tradiciones y la familia.  Pero no sé si, como gata, prefiero quedarme en casa siendo indómita o someterme al arnés con tal de volver a mis raíces. Al fin de cuentas, ¿mi “indomabilidad” será otro arrebato de mi socialización?
No sé si quiero trabajar en el extranjero o creo que debo hacerlo.  No sé si quiero oír más música o si me han dicho demasiado que no he superado el Jagged Little Pill.  No sé si quiero viajar o eso es lo que me dice Facebook con su colección de capitales antecedidas de una ridícula arroba.

Justo ahora, veo desde la sala a Ani, nuestro gato (léase: espíritu libre, malvado e indómito) a la par de la puerta del cuarto. Del otro lado, están mi esposo y mi hija hechos un colocho y su “miau” indica que sueña con ser parte de la comunión.

Maldito gato.  A la mierda la lista.

13 nov 2011

Tres consejos gratuitos

Estas no son respuestas a los principales problemas, pero tal vez valga la pena empezar la reparación del mundo de atrás para adelante.

1. Uno sí suda con una máquina de ejercicios casera, subiéndola por las escaleras un día y bajándola seis meses después

Hablemos del orbitrek. Cuando usted ya esté harto de ver el aparato de ejercicios estacionado en el cuarto –lleno de paños mojados, brasieres y pantalones con los bolsillos por fuera y el menudo en el piso– es hora de dejar de hacer el ridículo y bajar el aparato al patio. Entonces se quedará sin máquina de ejercicios y con la ropa amontonándose en el suelo.

Consejo gratuito: Ahórrese la teleoferta y regálese un perchero.

2. Su tostador puede decir Black and Decker, pero fue hecho por Belcebú.

En la vulgar vida cotidiana, los tostadores son al mundo de los aparatos de “línea blanca” lo que las impresoras son al mundo de la computación. Son aparatos incómodos, estúpidos y caprichosos. Misterios de la ciencia: 1) Una tostada nunca sale perfecta al primer intento; 2) dos panes que son tostados en distintos momentos pero en iguales condiciones nunca tendrán el mismo tueste aunque el experimento se repita 17 veces; 3) los científicos han comprobado que un tostador empieza a fallar (aun más) la noche anterior a que venza la garantía, lo malo es que al día siguiente usted tendrá restricción vehicular.

Usted está condenado a terminar los desayunos del resto de su vida saliendo apurado de casa habiéndose tragado un pan demasiado crudo o demasiado negro. ¿Un pan perfecto? Mejor pruebe con la lotería.

Consejo gratuito: Resígnese. Honre a sus ancestros y empiece a desayunar tortillas.

3. No hay vuelta de hoja: si usted tiene bebé en casa, usted tocará caca

La dieta de Julia se reducía a frutas y verduras hace unos meses. Era el hermoso período en el que uno podía encestar unas bolitas negras y apretadas desde el pañal hasta la taza del escusado en un solo movimiento, nítido, como jugador de la NBA lanzando un tiro libre. Incluso el pañal quedaba blanco. Sin embargo, las cosas se vuelven pegajosas cuando uno mete carne en la ecuación y, más aún, cuando llega el huevo, los frijoles y el queso crema. La preciosa biología de mi hija publica cosas horrorosas.

Si usted no es muy quisquilloso y no tiene cuidado al cambiar a un bebé, es posible que se unte de mierda. Si usted es cuidadoso, también, pero da más cólera. ¿Recuerda cuando arqueó porque majó caca de perro? Déjeme decirle, con todo respeto, que usted es un principiante.

Ahora bien, si usted tiene un bebé y no le ha tocado llenarse de caca es porque probablemente en el hospital no le dieron un bebé sino un muñeco Paco. También cabe la posibilidad de que sea su pareja quien cambia los pañales.

Consejo gratuito: No sea cabrón y llénese las manos de mierda. Túrnese con su pareja. No es como si fuera lava volcánica, en serio, se lava con jabón.

18 sept 2011

Por qué googlear al ex


Para comenzar -hay que decirlo- hay exes que no merecen ni los 0,18 segundos que a Google le toma hacer una búsqueda. Tengo uno de esos. A esos no me refiero. Me refiero a los exes decentes, que uno recuerda con cariño y respeto.
Yo tengo a Rudy (seudónimo para que sea inocuo). Lo conocí cuando era niña y mi primer recuerdo de estarme fijando en él es de cuando teníamos ocho años. Él no se fijaba en mí porque él no era una niña enamoradiza. A los niños a esa edad les gustan los legos. Rudy tenía un libro chivísima de acertijos que yo le pedí para llevar a mi casa. A la niñas como yo, nos gustaban los juegos de mesa y los libros de acertijos, pero pedíamos Barbies para Navidad porque teníamos hermanas mayores que nos presionaban para que ellas pudieran jugar, sin darse el color.
Volvamos a Rudy.
Rudy y yo crecimos cercanos, como los vecinos en barrios donde los niños salen a jugar. A los 12, yo lo quería como novio y a los 16 fue mi novio por efímeros dos meses. De grandes, luego de la universidad, volvimos y no funcionó.
Pudo haber funcionado; pero a él le gustaban más los legos.
La última vez que lo vi, me dijo que el doctor le había dicho que yo era nociva para su salud. Waw, ese es nuevo. En fin, es altamente probable que haya gente a la que al menos le cause una indigestión.
Todo esto me lleva a confesar que yo he googleado a Rudy y estoy convencida de que es necesario. Viene el por qué...

Hace unos años, tuve otro novio, Ramón. Él googleó a su ex cuando estábamos juntos. Cuando la buscó en una red social, ella salía en su foto de perfil con un bebé de dos o tres añitos, abrazándolo.

-Andre, me puse a imaginar qué sería si ese bebé fuera mío...


-Ay qué tontera. No existe el "hubiera". Eso de ponerse a hipotetizar...


-No, me refiero a que nosotros terminamos hace tres años..., ese bebé podría ser mío.


-¿Que-qué?


A partir de eso, estaba convencida de que saldría a pasear los domingos con el retoño de Ramón y con Ramón. Lo llevé de las orejas al "registrocivil-punto-geo-punto-cerre" e indagamos en qué mes había nacido a quien yo ya había apodado Ramón Junior. El niño había sido concebido tres meses luego del rompimiento entre mi ex y su ex. Sé que el tiempo es irrelevante cuando la dicha es buena, pero Ramón me explicó que el rompimiento fue total y sin visitas exconyugales posteriores.

Ahora Ramón es parte del pasado y no necesito googlearlo porque lo veo cada tanto. Pero a Rudy, ya van seis años que no sé de él.

Temo que haya tenido un hijo mío.

3 sept 2011

Alcoholímetro

Andrea y yo salimos la otra noche. No recuerdo cuándo había sido nuestra última salida como pareja. Seguro que tendríamos que ver un calendario del 2010. Cenamos y nos tomamos dos cervezas. ¡Dos birras! Eso bastó para termináramos bombeadísmos. A las 10:30 p. m. llegamos arrastrando los pies a casa.

Abrimos la puerta y la amiga Paula, quien nos sirvió de niñera, nos regañó por llegar tan temprano (como una mamá del mundo alverrés). Aquella noche dormimos la mona y roncamos la juerga.

Hace diez años, Andrea y yo nos topábamos en las inmediaciones de los bares de la U y nos saludábamos de lejos, medio ebrios, con algunas más que dos cervezas encima. Hace cinco años, cuando ligábamos, los bares cerraban y nosotros seguíamos dentro.

El alcoholímetro mide el alcohol; pero el alcohol nos mide a nosotros. Hasta para echarnos un trago hemos perdido la condición física.

13 ago 2011

Uno para todos, todos contra una

Llega una hora en la borrachera cuando los varones empezamos a delirar con que nos une una lealtad de acero. Somos los tres mosqueteros que se abrazan con los tres chiflados. Ubiquémonos en una madrugada de quince años atrás. Antes de caer en coma etílico, D’Artagnan le dice a Curly:
–Mae, es que usted se pierde. Apenas consigue novia usted se desaparece y después, cuando le patean el culo, sí que lo está llamando a uno. Recuerde que las viejas vienen y van, pero los compas siempre estamos ahí, güevón.
En perspectiva, aquella era la manera más parecida de ser homosexual a lo mero macho, de ser gay emocional. Bro’s before hoe’s. La lógica de la época decía: “Me gustan las mujeres, pero son los amigos quienes me entienden. Las mujeres son peligro y los amigos, seguridad”.
Cuando estaba en edad de entrar al colegio cometí el error de dejar que me matricularan en uno solo de varones. Yo envidiaba secretamente al compa que tenía amigas, aunque públicamente le cayéramos encima y en montón: “Qué mae más playo: anda solo con viejas”. Yo, mientras, entraba en estado catatónico cuando le debía hablar a una mujer, así fuera la pulpera.
Con los años se fue disipando el miedo (que es de lo que estamos hablando aquí con demasiadas palabras).
Después de tantos años, uno se sigue abrazando con los amigos; pero también se ha dado cuenta de que no hace falta abrazarse para buscar fuerza contra las mujeres. Ellas no son las diablas que el psicoanalista espanta con un palo. Las mujeres fatal quedan lindas en las novelas de Raymond Chandler pero, en la vida real, lo más posible es que no existan más que la Tulevieja.
Noticias recientes hacen sospechar que, para muchos hombres, estos miedos no se mueren con el acné. Las fantasías de mujeres que devoran hombres todavía se insinúan sin vergüenza por tipos de pelo en pecho y micrófonos potentes. Suenan las alertas y creemos que hay que cerrar filas –uno para todos y todos para uno– y decirles “tápense” y “no se alejen demasiado de casa”. ¿Y los varones? Somos divinos, obviamente, nadie nos manda a hacer nada.
Bueno, mientras veíamos a Moe y a Aramis cantando Ingrata abrazados a una botella de Cacique, el siglo XXI llamó y nos dejó un recado: “Queremos ir para adelante, no atrasen”.

28 jun 2011

Alter ego 2.0

Un día se volvió y me dijo algo que nadie me había dicho, en el tono que se usa cuando uno por fin ata un cabo: “Ah, pero si vos sos tierna”. Se llamaba Camilo y nos ligamos en el lugar más improbable: en un bar gay. El punto es que Camilo, luego de algunas conversadas y besillos, me dijo que yo era tierna (el subtexto decía: “…aunque no lo parecías”).

Siempre he sido tremendamente pudorosa con mi ternura. Mis sueños angustiantes se tratan de estar desnuda frente a la gente tapándome la ternura (mientras les enseño el dedo a los sátiros de la ternura).

Lo irónico es que de ser más abierta y transparente, creo que hubiera conseguido que más gente con la que quería compartir se acercara.

Ser tosca siempre me ha sido muy fácil porque relaciono la ternura con la cursilería y, ahora, bebé Julia, me ha señalado la enorme brecha entre una cosa y otra (ella es tierna y yo, viéndola, cursi).

Lo de cajón: asumimos roles distintos de acuerdo a si sentimos que estamos en un lugar seguro. Y ese lugar seguro es, muchas veces, la web 2.0.

Precisamente, en el New York Times un artículo detalló cómo las redes sociales pueden funcionar como una herramienta en las aulas para aquellos seres tímidos para quienes levantar la mano en la clase se convierte en su sueño angustiante.

Hace unas semanas, una colega repitió lo que yo había puesto en Facebook mientras comíamos en la oficina. Silencio en la mesa del almuerzo.

Hey, lo que pasa en Facebook se queda en Facebook, todos saben eso, ¿o no?

Eso es como si Clark Kent dejara el calzoncillo rojo tirado en el baño y alguien saliera al comedor del Daily Planet gritando: “Hey, ¿de quién es esto?”.

No es que vaya a negar algo que haya planteado en las redes, es solo que ese es mi alter ego. Si le gustó dele “Like” y si no haga lo que hace casi todo el mundo: elimine el post y siga viviendo en su burbuja (viva la disonancia cognitiva).

Hay que ver los alter egos de algunos de mis amigos. Toma uno: “Qué gran día”. Corte A (llamada telefónica): “Mierda, Andre, mi jefe es un imbécil, no sabes lo que me hizo hoy”. Ojo, no están mintiendo, solo es su alter ego de Facebook.

El alter ego puede estar cumpliendo una misión. Por ejemplo, hacernos parecer interesantes frente a un posible ligue: “Tengo una vida, vea todo lo que hago, digo, sé, quiero. Soy un partidazo”.

Casi todos nuestros alter egos son más activistas de lo que somos en la "vida real". Nada tan cómodo como marchar contra lo que sea desde la incomodidad del escritorio de la oficina.

Algunos “yo” dan rienda suelta al odio reprimido. En Facebook no somos patanes (¡porque somos miles!): yalé, percance, la muchacha que pidió perdón en un periódico y la trataron de puta, la extra, los que odian la extra…, you name it.

De cualquier manera, no podemos negar a ese otro yo. Somos uno y, en ocasiones, revela más ese “yo” que el oficial, no importa si nos escondemos detrás de la multitud, si no salimos del monotema político evitando revelar demasiado, si ponemos nuestra mejor cara en el peor de los escenarios.

Porque en realidad nuestra desnudez no dice nada, sino qué parte de nosotros nos tapamos.


Whoopies de chocolate de Bakerella. Estamos de paradas, tal vez sea el

momento de comenzar a ilustrar de otra manera el blog... Lo pensaremos.

9 jun 2011

La solución depilatoria: rápida y de raíz

Hace un par de domingos tardé 15 minutos en deshacerme de un fardo de ropa que había acumulado por más de diez años. Fui más rápido que el polvo (entiéndase literalmente, no sexualmente) y la alergia apenas doblaba la esquina para atacarme cuando yo ya estaba quitándome las chanclas para ir a dormir. Fue una operación tipo comando, de entrada por salida. Dormí como un bebé.
La mercancía quedó encerrada en una bolsa blanca de basura lista para ser regalada. Casi la entrego con una carta de disculpa “a quien corresponda”. Me deshice de una camisa hawaiana que compré en Colombia en un puesto de la calle. Yo me sentía muy cool cuando me la ponía, aunque las fotos de las vacaciones de los últimos cinco años me dicen que el verde fosforescente no es mi color. Boté un jeans que, si no me equivoco, debe de recordar mis primeros días en la U. Me sentía como un quinceañero cuando me lo ponía, pero el espejo me devolvía una vista en la que el único quinceañero era el pantalón. Me deshice también de una camisa celeste con bordados dorados que dibujaban motivos hippies-hispanoamericanos, unos quetzales o algo así. La heredé de un primo que se la ponía a principios de los ochenta. Ya estaba pasada de moda cuando salió de la maquila y, aun así, yo alguna vez me la puse para ir a trabajar. La bolsa blanca guardaba joyas por el estilo.
¿Por qué tardé tanto en decidir que no necesitaba esos trapos? ¿Por qué, terco, preferí cargarlos conmigo en cuatro mudanzas? ¿Por qué prefería mantener un closet esclerótico con ropa que me avergüenza ahora y avergonzó a Andrea antes que a mí? ¿Por qué guardarles espacio a unas prendas que me ponía, si acaso, una vez al año –y no con ocasión del 31 de octubre–? Si tuviera fe en el psicoanálisis estaría dispuesto a pasar otros diez años alérgico, desempolvando la infancia de mis fetiches.
Una cosa similar viví con La Jaula, un Tercel 88 que manejé por diez años y que era un carrazo (curado de sarcasmos lo digo). En eso, La Jaula envejeció más, empezó a toser, a renquear. No le di sus cuidados paliativos y ya rogaba por la eutanasia. Si no aceleraba tanto, yo decía que era lo mejor, que así iba más seguro. Si no le servía el aire acondicionado, pues para eso estaban las ventanas. Cuando lloviznaba se filtraba el agua a la cabina y, misterio de la física, me hubiera mojado menos en un descapotado.
No pasó nada en especial, pero llegó un día en que la realidad se presentó redonda y clara: mi carro se había convertido en un estornaco viejo. Fue el momento de dejarlo ir con la conciencia más o menos tranquila. En menos de una semana conseguí un comprador, un mecánico, que me dijo que lo pondría otra vez a andar con toda la leche. Bye, bye, Jaula.
Ha sido difícil, pero con el tiempo he querido aprender que la mejor solución es la depilatoria: cuando un pelo de la nariz empieza a ser demasiado largo y molesto la solución es arrancarlo de un tirón y de raíz.
Eso quisimos hacer con Ani, nuestro gato malo. Nos colmaba la paciencia cuando exigía que le diéramos atún, se ponía violento (¿síndrome de supresión o simple maldad?). Cuando llegó Julia, nuestra bebé, le restringimos al gato su espacio disponible en la casa. Al final, decidimos que la mejor solución para nosotros y para él era desterrarlo. Lo enviamos con una cuñada que tiene un espacio amplio en su casa en el que viven otras dos gatas y tres perros.
Final feliz...
Mmm..., no no tan rápido.
En casa, la vida se había simplificado: pudimos quitar las barreras, los sillones quedaron libres de pelo, ya no había que limpiar la caja de arena. Ani era un estorbo y le habíamos aplicado la solución depilatoria. Yo procuraba no mencionárselo a Andrea pero, a pesar de todo, lo echaba de menos. Ella me dijo un día: “Ese gato como que hace un poquitillo de falta..., un poquitillo”. Al menos ahora tiene espacio y compañía, decíamos.
Mientras tanto, Ani era miserable en su casa nueva. Pasaba oscuro y tembloroso en los rincones. Con una gata tuvo un romance digno de Atracción fatal, y con los perros mostró siempre un valor tipo Scooby Doo. Nosotros monitoreábamos la situación y, después de casi un mes y medio sin mejorías, decidimos volver a soportar los sillones peludos.
A veces, la solución depilatoria no es la óptima. El gato no era un fardo de ropa ni un perol viejo. Tampoco voy a decir que Ani es parte de la familia. Es solo una mascota, un gato, pero sí es el gato de la familia. Él regresó y por ahora no es tan malo. Tal vez su destierro no fue pérdida de tiempo. A veces hasta parece que nos quiere.
Ayer volví de viaje, por la mañana, y la casa estaba sola, o mejor dicho, solo estaba él. El maje me fue a topar y, como siempre, se tiró frente a mí para que le tocara la panza. Yo pensé: “Llegué a casa”.


Whoopies de calabaza de Baked.

3 jun 2011

Cuando alguien falta

Cuando alguien falta trato de encontrar algo, una canción, una peli, una foto, que retrate lo que siento. Es algo muy adolescente.
Hoy encontré este cuento. Lo leo y me causa una extrañeza tal, como si hubiera olvidado que yo misma lo hice. Lo que sufre uno las ausencias...

Encima del tele

Desde hace unas semanas, me despierta el gemido de un perro. Frío, en mi cama, me desperezo un poco y cada noche decido cerrar las ventanas para atenuar el ruido. Su sonido no es nada agresivo ni insultante. Son pequeños aullidos, dolorosos y sofocantes que logran traspasar paredes y vencer al viento.

Suenan sus patas, cuando, al parecer, chocan contra una superficie. Tal vez una lata, una jaula o una puerta. Sin duda, lucha por salir de algún lugar. Casi suena como un niño en pleno llanto desesperado.

En la primera hora lo compadezco, pero como si mi tolerancia estuviese programada por exactos 60 minutos, inmediatamente pierdo la cordura y le grito al perro que se calle, al tiempo que golpeo la puerta del armario para asustarlo.

Vuelvo a la cama y presiono mi almohada contra mi oído. Respiro profundo. He hecho siesta en fiestas familiares, cuando estaban redecorando la cocina con batidoras de cemento encendidas y hasta con la ambulancia parqueada cruzando la calle. Pero este aullido es desgarrador, viola cada uno de mis poros, succiona todo el aire que hay en mis pulmones y cuando creo que el pobre can se ha logrado dormir, comienza de nuevo.

En alguno de esos intervalos de silencio me logro dormir y comienzo a soñar. Sueño que me levanto, me pongo algo más de ropa, los zapatos sin medias y salgo de casa en medio de la noche. Me salto la pequeña barandilla que hay en la casa de los vecinos y toco la puerta de madera. Hace un frío aniquilante, el otoño está por terminar. La espera me hace jugar impaciente con mi ombligo, pero nadie abre la puerta.

Es cuando decido acercarme al portón que da al patio y escalarlo. Un alambre suelto me raya la pantorrilla y me quejo apretando la cara. Cuando caigo del otro lado, veo una pequeña caja blanca de plástico, no de cartón. Un recipiente tan raro como atractivo. Estoy seguro que si lo pusiera en una galería, sin duda, muchos lo catalogarían como una obra de arte. Es tan blanca que le duele a la noche.

La caja no mide más de 50 centímetros cúbicos, pero a pesar de su tamaño guarda los aullidos más siniestros que se puedan escuchar.

La tomo entre mis manos y busco con dificultad y temblor alguna abertura. Pero los alaridos y uno que otro ladrido intermitente empiezan a agitarme. Es como tratar de apagar una alarma cuya clave se desconoce, antes de que llegue la policía.

No hay duda: la caja no tiene ninguna hendidura, ni la más mínima grieta. La agito ligeramente, no vaya yo a lastimar al pobre, pero nada se revuelve en su interior. Aprieto mi oído al cajón y escucho claramente donde, del otro lado, el perro olfatea la cara de recipiente donde recuesto mi cabeza. La agito rápidamente con un ritmo constante pero nada suena, tampoco nada pesa. Continúan los aullidos.

Rompo en llanto ¡Cómo ayudo al infeliz que está allí adentro! Mi frustración me hace sembrar las rodillas en el césped con la caja abrazada. Intento arrullar al perro.

-"Shhhh... Amiguito, cálmate, estoy aquí" digo con una voz paternal que nunca he usado. Pero parece que más lo lleno de ansiedad.

Decido llevármelo a mi casa, no tendría corazón si simplemente lo dejara allí, solo. Prefiero matarlo. Prefiero matarme. Lo pongo encima del televisor y me devuelvo a la cama, donde lloro y las sienes se me hinchan de tanto gritar, de tanto esfuerzo que hago en cada sollozo. Tanto lloro, como nunca lo he hecho, ni siquiera cuando ella se fue, que he dejado de escuchar al perro.

Ahí es cuando acaba el sueño y me despierto sentándome automáticamente. Ha sido tan real que necesito asegurarme de que la caja blanca, infranqueable, no sigue allí encima del tele.

Como es natural, no está. Ahí solo queda la nota intacta que ella dejó, en ese sobre cerrado, blanco e impenetrable que se quedará así. No lo tocaré, no lo abriré y no lo leeré. Sé exactamente lo que dice: "Siento mucho despedirme así, pero ya no sabía cómo hacerlo. Me llevo a Paco, después de todo es mi perro".



Cuando alguien falta es imposible hacer o pensar en whoopies.

Solo queda enamorarse de una olla roja y pegarla al final de post.

16 may 2011

10 may 2011

Sobre la persistencia de dios

Un chico contó en Modern Love del NYTimes lo difícil que le era tener sexo con su novia, por ser su ascendencia cristiana a ultranza de Indonesia y él, la primera generación gringa, criado parcialmente por la serie Tres por Tres (Full House). Cada vez que intentaba desterrar la virginidad de sus veinte, veía a su mamá en el cuarto en donde estaba con su ansiosa novia, Sam.
Hablaba con un amigo del "efecto del sándwich de jamón". Su amigo musulmán, quien era también la primera generación estadounidense, decidió comer cerdo a pesar de lo que toda su vida le habían inculcado su papá y mamá. Vomitó. Pero a fuerza de nuevos sándwiches pudo seguir haciéndolo sin sentir que se iría al infierno.
Ayer soñé que estaba separada de Darío y me gustaba un cantante nacional (llamémoslo Omar Briceño). Omar me echaba el cuento fuertemente y yo le coqueteaba de vuelta. En eso, mi mamá irrumpía en la escena, mientras Omar me hacía cosquillas, y me decía en un tono sentencioso (que usó frecuentemente durante mi adolescencia): "Andrea, usted ahora es una mamá y ya no está para esas cosas".
Pensé, entonces, en lo bien que mis sueños conocen a mi mamá y en mi propio sándwich de jamón. Mi familia es católica semipracticante. Estuve en un colegio religioso toda la vida. Y ahora, pues no sé, no creo que haya dios alguno. A ver, no es como se lee. No quiero debatir al respecto, no es un argumento desafiante para cualquier creyente que esté leyendo. Es sencillamente algo que despacio se ha ido destejiendo en mi corazón.
Lo primero fue la vida eterna. Mmmmno me suena razonable. Para comenzar creo que los seres humanos no somos especiales, así que en un eventual cielo deberían estar las hormigas y las bacterias del yogurt que hemos matado. Y como suena absurdo, creo que prefiero la teoría de que el día que nos vamos, nos fuimos.
Esa idea me atormentó mucho tiempo. No me quería morir. ¿Quién querría? Ni un creyente quiere, aún con la promesa de que allá es más chiva.
Luego vino la idea de que un ser nos está vigilando/cuidando no era muy probable. Finalmente le dije chao a la idea, sin pataletas pero sí con un poco de decepción. ¿Y ahora quién podrá ayudarnos?
Después vino una sensación de extrema tranquilidad. En el fondo, siempre estuve muy brava de que existiera un dios que no quería presentarse. El que no existiera hizo que no tuviera por qué enojarme.
Ahora, volviendo al sándwich. Yo "vomito" a menudo al comérmelo. La última vez que tembló comencé con el "santo dios, santo fuerte..." Desde que nació Julia hago algo que la gente llamaría rezar: "Ay, por favor, que nunca le pase nada malo a esta bebita". Y ahora cuando puse que no creía en dios en este post se me pusieron las manos frías. Un creyente diría que mi fe sigue ahí pero no..., es solo la fuerza de la repetición. Sí hay hartas pruebas de la persistencia de dios.
Un día de estos Darío me compartió un ensayo de Obama que fue publicado por Time. Habla de como él, nacido de mamá "atea" (tengo problemas con el término pero...) ha ido experimentando con distintas creencias hasta desembocar en la cristiana. Sin embargo, que su camino no ha sido una vía de certezas, que aún lo asaltan todo el tiempo las dudas.
Entonces, pensé que qué necedad la de uno de estar tratando de encajar en la taxonomía de la fauna circundante. Que seguramente muchos pasamos gran parte de nuestra vida fluctuando entre el agnóstico, el ateo, el escéptico, el apático y el portamí; ah y el creyente.
No me gusta cuando alguien me trata de convencer de que Jesús, quien vivió hace más de 2000 años, me ama, pero de corazón agradezco los buenos deseos panderetas: dioslacompañe, diostebendiga, diosteayudecon..., etc. Me gusta recibir los buenos deseos, en cuenta, las bendiciones.
Es posible que siga "vomitando" de vez en cuando y no tengo prisa por cambiar eso. Cantar en el fregadero las canciones de misa que me recuerdan a abuela Chala, lo que me gusta que me den la paz en un boda o en una vela y cuando le envío un mensaje a la nada para que me proteja a la beba, todo eso no es parte de mis creencias pero sí es parte de lo que soy.
El problema es que no me gusta la iglesia o la religión pero me encantan los ritos, lo cual me hace, probablemente, radioactivamente blasfema. Me gustaría que Julia tuviera una especie de bautizo, con el nombramiento de padrinos, arroz con pollo y frijolitos molidos. Después de todo, eso es lo que sí tenemos por seguro, el arroz con pollo, los frijolitos, las reuniones familiares..., y claro, nuestros propios "sándwiches de jamón".

Whoopies de Food Network.
La pereza acecha a nuestros fotógrafos últimamente.

28 abr 2011

Estimada dama del perrito

Esto pasó hace algunas semanas. Nos topamos más bien lejanamente en el parquecito, yo caminando con mi bebé Julia amarrada al pecho –ella entonces tendría unos seis meses– y usted nos llevaba unos treinta pasos de ventaja con sus tres miniperritos. Aquella mañana hubiera pasado con más gloria que pena si no hubiera sido porque hundí el mocasín en la mierda de su perro, no me pregunte de cual porque el único que creo recordar es el que se parece a Benji. No, señora; cuando me vio raspar la suela del zapato contra el zacate no era porque estuviera practicando ninguna coreografía de Michael Jackson ni porque jugara a la patineta imaginaria.

Si este mensaje llega a encontrarla es porque no se hicieron realidad mis deseos de que usted muriera en un accidente irónico, como devorada por su jauría de juguete o –mejor aún– por un resbalón en otra mierda adorable del perro de las pelis. Créame que soy sincero cuando le digo que me alegra que mis maldiciones no surtieran efecto. Mis violencias solo viven en la imaginación; pero tampoco me culpe demasiado por ellas: cuando la vi mirándome de reojo, haciéndose la maje y fingiendo apuro, no me quedó otra salida que la ira de un hombre que de repente se siente dos centímetros más alto del lado izquierdo y que trata de no zangolotear demasiado a la bebita que lleva guindada mientras trata de quitarse el taco hediondo que lleva en el zapato.

Coincidamos en que todo ser humano tiene dignidad, pero convengamos también que uno baja un par de escalones cuando maja una cagada de perro. Si me ha seguido hasta aquí déjeme contarle por qué –además de lo obvio– odié tanto el encuentro con una de las cacas que usted dejó asoleándose aquella mañana. Eso sí, no espere emoción porque la historia viene por el lado de la jardinería.

En la época antes de Julia (a. J.), mi esposa Andrea y yo vivíamos en un apartamento pequeño y alguito ruinoso que, aunque estaba en Rohrmoser, desmerecía la fama que tiene el barrio de ser un residencial de lujo. En la acera frente a la casa crecía un montazal asqueroso que hacía que Andrea se ruborizara cada vez. Cuando la cresta de las malas hierbas nos rozó la cintura por primera vez, Andrea me dijo “ya no soporto más, voy a cortar el zacate”. A mí no me apenaba tanto que a las visitas las recibiera una jungla pequeñita, pero todavía no he podido curarme algunas vergüenzas de macho-varón-masculino. Los vecinos pensarían que “tengo a la doña bretiando mientras yo seguro que estaba ruliando, viendo futbol, tomando birra, jugando Wii o fugado en las Bahamas con mi secretaria”. Ya sé: sería mejor que me pagara a ver y que no le escribiera cartas a desconocidas, pero quédese conmigo un rato más que ya casi llegamos a los perros.

Era domingo y hacía sol. La tarde anterior había llovido y el calor ahora cocinaba al vapor toda mi humanidad sin bañar. Empecé el trabajo de tala con un machete mellado que me había donado hace siglos mi padre (lástima que la donación no venía acompañada por el gusto por el trabajo físico). Bastaron dos minutos para darme cuenta del horror. Los aullidos fantasmales que a veces se dejaban caer en tardes tranquilas nos hacían sospechar que Rohromoser era un barrio sobrepoblado de perros; pero los kilos de mierda mojada y recalentada que saqué de ese zacatal de escasos dos metros cuadrados convirtió a los animales en bichos de verdad, y a nuestra acera en su baño público. El frente de la casa quedó limpio, pero la cosecha me dejó la cabeza hirviendo en putazos alternados con indignaciones pequeñoburguesas del estilo de “qué barbaridad”, y etcétera.

Andrea subió al segundo piso y bajó diez minutos después con un letrero hechizo y tamaño carta que decía con letras anaranjadas fosforescentes: “Recoja las heces de su perro”, no lo tamizamos ni siquiera con un "por favor". A Andrea le daba un poco de vergüenza colgarlo, pero me vio tan puteado que seguro se sintió comprometida a apoyarme de alguna forma. Yo sentí reparada mi dignidad. Pensé que el cartelito sería un hit y que, igual que hace tiempo se popularizaron los rotulitos de “Somos católicos, no insista”, mi mensaje me convertiría en el apóstol de una moda nacional. Como siempre, caí en el delirio de pensar que demasiada gente comparte mis neurosis.

Esa tarde salimos y dejamos el rótulo como una bandera para hacer enemigos, una bomba incendiaria contra las sonrisas hipócritas, una mina de fragmentación colocada frente a la casa contra los paseadores de perros que salen sin su bolsita de Palí –o de Automercado– para recoger el camino de migajas que dejan sus animales.

Regresamos a la noche a una casa con un frente sin maleza. El cartelito brillaba a medias en la oscuridad gracias a las letras fosforescentes. Dejamos el carro en la entrada y Andrea salió a abrir el portón todavía avergonzada pero por otra razón. En la acera se veían sombras de dos personas, sombras de correas y jadeos de guatos. Paseaban. Reían. Pasaban frente a nuestra casa y reían. No lo hacían en nuestras caras, sino que tenían esa actitud de los alumnos que no soportan lo ridículo de su profesor, que no pueden disimular la risa y que revientan un segundo antes de quedar fuera del radar.

Con el cartelito pasó lo peor: no pasó absolutamente nada. El bueno de don Rubén, nuestro casero que vivía a dos casas de distancia, me empezó a hablar con nerviosismo, tal vez con vergüenza ajena, o tal vez como tratando de averiguar si yo era loco peligroso o loco manso. Como-buen-tico, nunca me dijo nada, a pesar de que sus nietas tenían un cocker spaniel y podría sentirse aludido. Con el letrero a mis espaldas tuve que recoger mucha mierda muchas otras veces, la mirada clavada en el suelo y la dignidad en el subsuelo.

Estimada dama del perrito, cuando majé la caca de su mascota empezó a correr de nuevo esta película de bajo presupuesto que le acabo de contar. El sábado pasado volví a pasear con Julia por los campos minados por sus perros y por lo que parecía el rastro de todos los cánidos del universo. Entonces decidí escribirle por fin.

Haga una caridad. Nunca he visto el detalle en nadie y usted podría ser la primera, la apóstol de una moda nacional de gente que lleva una o dos bolsas listas en el bolsillo de atrás mientras pasea a sus canes. Nadie le dará un premio; pero si se encuentra a un tipo con una bebé guindando, tal vez se gane una sonrisa sincera, o tal vez dos (a Julia le encantan los perros).

7 abr 2011

Cuando los "bullies" crecen

De niña tuve a una amiga muy jodida que era mi bully. Ese es el peor escenario porque nadie sospecha que tu mejor amiga te acosa e intimida. Menos si tiene ojos verdes. Yo -con ojos marrones, extrovertida hasta el hartazgo y que, en la clase que nos explicaron los peligros de la electricidad, dibujé a mi mamá gritando "Jueputa" electrocutada- era la única sospechosa de todo lo malo que pasaba.
De cualquier manera, mi amiga verdugo, como pasa tantas veces en la vida, formó mi caracter: me hizo sospechar para siempre de la gente de ojos verdes y de aquellos a quienes les suda el bigote.
Siempre fui una niña miedosa. Nunca me gustaron las alturas (cuando digo altura, digo, unas 3.000 cosas distintas). Cuando Pepita (seudónimo divertido para mi bully) se enteraba de que algo me aterraba, de repente, ese algo se convertía en su actividad favorita para hacer conmigo. Recuerdo una hamaca espantosa, altísima y con solo un tubo para sentarse, en la que me subía luego de hacerme a mí misma todo un lavado de cerebro durante la clase de matemáticas para lograr montarme (consecuencia de esto: tuve que estudiar periodismo). Cuando tocaban el timbre para entrar a clases, Pepita con agilidad de chango se bajaba de la suya, se dirigía a la mía y me mecía con todas sus fuerzas; luego huía a toda prisa. Pepita era el diablo.
Entre chicas el bullying usualmente no es físico, sino es emocional: la ley del hielo, el cuchicheo, la humillación. Cuando pasó lo de la hamaca yo tenía ocho años y me quedarían por delante unos cuatro años más de chilillo al estilo de "friends 4 ever".
Desconozco qué fue de ella pero la recuerdo con regularidad porque tengo una amiga que tenía a una Pepita de jefa, o mejor dicho, a un Pepito. Tenía a un matón de jefe (yo también los he tenido pero este país es muy pequeño como para poder hablar de eso).
- ¡Lola (seudónimo divertido para mi amiga), ¿dónde están mis mentitas del escritorio?!, gritaba a todo galillo.
Lola se aproxima y abre la puerta.
-¿Qué pasó, don Pepo?
- ¡Como que qué pasó! ¡Se dice: "Mande usted"!
Alguna vez leí en un libro de autoayuda o primo de esos, llamado "Todo lo que necesito saber, lo aprendí en el kindergarden", que en una tribu loquísima de esas localizadas donde el viento se devuelve, los nativos se subían a un árbol y le gritaban al árbol de la par, todos los días, por 30 treinta días. El último día, el árbol de la par se caía. Mi amiga Lola estuvo en el día 29.
Muchos no llegan al día 30.
Hay diversas maneras de lidiar con el bully. De niña, mi estrategia era ignorar. Luego de la hamaca convertida en toro mecánico cortesía de mi mejor bully, nos mandábamos papelitos entre risas y luego le dábamos elástico. En el círculo de la violencia se llama "luna de miel".
En el trabajo es una buena estrategia para los imbéciles lamebotas pero no todos tienen vocación para eso.
Están los mártires que pasan justificando al jefe de mil maneras, ya sea diciendo que él es un ser pequeño (que lo es) o un sin fin de basura que no viene al caso: Es que su esposa es una fiera, es que tiene mucho trabajo, es que el café estaba frío, es que está estreñido.
Y están mis favoritos: los iracundos miserables, que sencillamente no pueden conformarse. Porque si bien uno sabe que los bullies son personas terriblemente débiles, inseguras y solas, no hay nada que justifique la agresión. Lola es de las iracundas, pero siempre cuesta, porque cuando te tratan como a una porquería, a veces, uno se termina preguntando si es porque uno lo es.
Un día vi a Pepita a sus ojos verdes y le dije -aduciendo absurdos- que no podría ser más su amiga. Pepita se enojó pero no me quedé para verlo y un matón sin alguien a quién aporrear es un cachorrito desvalido.
A horas de que se cumplieran los 30 días, Lola le dijo a don Pepo que decían que afuera de la oficina salía el sol y que iba ir a ver si era cierto, que ya volvía.

Se quedó bronceándose.



La foto es de Baked. Los whoopies de red velvet siempre la
han tenido contra Darío y contra mí; se nos desmoronan.

2 abr 2011

Informe de viaje

Estoy en un bus y voy de pie en medio de un montón de extraños. Un gringo gordo y buena gente se disculpa cada treinta segundos por majarme. Desde afuera no parecía que pudiera caber tanta gente, y desde dentro sufro la comprobación del cálculo.

Está lloviendo y las ventanas del bus están empapadas de vaho. Me siento perdido en esta ciudad que no conozco, pero además el vaho de los cristales es redundante y no deja ver lo que ya de por sí no se puede ver por lo oscuro de la noche. Estoy en Atlanta, Georgia, por accidente y porque el mal tiempo me hizo perder la conexión a mí y a otro buen poco de gente. Yo iba a trabajar a otra ciudad; ellos, quién sabe, pero una muestra al azar de los viajeros varados estamos embutidos en esta lata hacia un hotel para pasar la noche.

La situación es nueva pero vieja también. La mente está cansada y divaga. En eso, ya no estoy donde estoy y la conductora negra es un chofer neurótico que maneja el bus de Concepción de Alajuelita con los botones abiertos de la camisa. Me lleva a mí -vestido con uniforme de colegio- y al resto de gente que vuelve, en medio de la lluvia, a la ciudad marginal en un bus a reventar, con las ventanas chorreando y con una atmósfera oliendo a perro mojado. “Esto es lo mío”, me envalentono, “ya he estado aquí, y posiblemente estoy mejor preparado para la mala suerte que estos gringos. Vengo del subdesarrollo, maldita sea, alguna ventaja debo de tener”.

En el bus del aeropuerto va una niña rubia de poco más de un año que no para de reírse en inglés. “Al menos alguien está feliz”, se suelta a decir una doña y suelta las sonrisas de todos. Las defensas emocionales se desploman. En eso siento que no estoy más preparado que nadie y estoy más solo que todos. La gringuita no me deja otra opción que recordar a mi beba Julia, que está en la casa echando más dientes.

La habitación del Confort Inn al que me envió la aerolínea tiene una cocina pequeña con un coffee maker enano que hacen juego con la minipasta, el microcepillo de dientes y la maquinilla rasuradora de porquería que nos regaló Delta a los viajeros demorados. La habitación es un triste remedo de casa y yo no tengo ni un cambio de calzoncillo para mañana.

Escribo esto en la habitación del hotel porque la lluvia lo pone a uno cabronamente melancólico. Y sí, los truenos a medianoche son excesivos y le ponen un dramatismo ridículo a la tragedia vulgar de un cualquiera que está lejos de casa.

15 mar 2011

La pornoalegría de Facebook

Ha llegado el punto en que luego de ver las horribles imágenes de los desastres naturales recientes, uno necesita respirar y imaginarse que está en..., Facebook. Sí, en Facebook. Porque allí todos somos una gran familia feliz, con sus agradables excepciones. Yo no tengo nada en contra de la felicidad, de los buenos deseos, del positivismo..., excepto si ya parece el barrio de The Stepford Wives.
Para ser franca, me inquieta que de repente, una de esas excepciones llega, se caga tranquilamente en algo o alguien y cae el ejército de Bob Esponja a decir que no hay por qué sentirse mal, que siga adelante, que la vida vale la pena y que todo es color de rosa (alíniese compa, aquí todos somos felices).

Otro escenario común es:

Bob Esponja
"Me encanta trabajar en el Krustáceo Kascarudo"

A 80 personas les gusta esto

Barney: "Hey, sí qué chiva. Yo también quiero hacer kangreburgers"
Barby: "Hola Bob, no sabía que estabas ahí. Vos sos tan súper especial"
Olafo: "Pero don Kangrejo a veces puede ser un cabrón".
Barney: "No le haga caso, Bob. Hay gente que no pueden verlo a uno feliz, qué cansado".
Barby: "Olafo, usted sí que está feo".


Si uno no es Paulo Coelho o Rhonda Byrne pues está en todo su derecho de ser miserable de vez en cuando. Pero el tema es que no existe un binomio feliz-triste. La gente que no está feliz, no significa que está triste. La gente que no es positiva u optimista, no significa que es negativa.
Yo, de repente, necesito un poco de humanidad y, entonces, saco la cara del monitor, veo a la par mía y ahí está mi amiga Kylie, con una lista de reuniones infinita, frustrada y comiéndose una manzana de almuerzo a la par mía. Yo respiro aliviada. Kylie es de carne y hueso. Me sonríe con las cejas circunflejas y sigue martirizando al teclado de la compu.
Aunque no soy enemiga de toda esta onda new agey (me encantan la afirmaciones, por ejemplo) creo que esa carita feliz tiene esclavizada a demasiada gente.
Veo en la tristeza y en la felicidad dos sentimientos dignos de compartirse, igual que muchos otros, y admiro profundamente a la gente que no esconde su fragilidad bajo un "estado" eufórico actualizado cada dos o tres horas. Además, tengo una debilidad por los quejosos. Siento que están un paso más cerca de cambiar las cosas que los alegres envenados. Creo que son seres más complejos y genuinos.
¡Hey, smiley face! Usted puede enyesarse la sonrisa que no es cierto eso de que si se finge lo suficiente será verdad.
Un artículo de Psychology Today (que no comparte para nada mi perspectiva) toca tangencialmente el tema de cómo la gente se siente menos por esta tarea casi proselitista de hacerse ver bien en FB. "Todo el mundo tiene más sexo que yo", bromeó un amigo un día de estos... Cómo cuesta trabajo salir de loser estos días..., fotos de desbordante alegría, cambios de estado extáticos, ojitos que guiñen por doquier y signos de exclamación. Life's good.
Alguien dirá que hay sentimientos que no son para compartir en FB. Desde mi punto de vista, la alegría, tanto como la tristeza, nos desnudan y nos exponen por igual. Y en la felicidad hay mucha debilidad y estupidez también y puede ser un sentimiento muy vacío.
No hay nada que temer. Enojese, incomomódese, ande con cara de angustia, deje salir esa lagrimilla..., me late que lo hará una persona más feliz.


Este whoopie pertenece a Love From the Oven. Si alguien no tiene idea qué es Saint
Patrick's Day pero quiere comerse algo verde que sepa rico, aquí está la receta.

11 mar 2011

Amnesias

Es martes por la noche y, después del trabajo, debo pasar al súper a comprar los ingredientes para una horneada. Llevo una lista que hice en la oficina, la reviso en los pasillos del súper y vuelvo a chequear el papel arrugado en las cajas. Cuando llego a casa, después de los holamiamor, Andrea revisa la bolsa y nota que falta la mantequilla, que estaba de segunda en la lista. Me golpeo la frente con la palma (autocastigo para neuronas perezosas), las ruedas del carro chillan y otra vez estoy en el súper. Además de la mantequilla decido aprovechar el viaje para comprar cebollas, que las echábamos en falta desde hace mucho. Cuando regreso a casa, Andrea revisa la bolsa y anota: ¿Para qué compraste cebollas? Vos compraste un montón en la feria el sábado.

Cada vez que tengo un olvido -lo cual pasa un par de veces al día- siento que soy el flacucho colegial que cada tanto deja la tarea sobre la mesa del comedor. Si los caballeros no tienen memoria, abran paso a este Lord inglés. Cuento esto para probar que Andrea miente, o por lo menos tuerce la verdad: mi memoria a largo plazo puede parecer entera, pero los recuerdos chicos del día a día se me van cada cinco minutos entre las horquetas.

Para reavivar la memoria, la ciencia recomienda la meditación, las carreras..., pero la receta que más me gusta está en hacer que las neuronas hagan gimnasia. Revisando cosas viejas en ese baúl de los recuerdos en que a veces se convierte una computadora personal vieja, encontré este artículo del New York Times que evidentemente había olvidado. La nota dice que uno debe procurar salir de su “zona de confort” para zarandear las neuronas, reactivar la sinapsis y tener la mente en forma para los recuerdos.

El artículo recoge la experiencia de Kathleen Taylor, una investigadora que sabe que se le pueden enseñar nuevas cosas a un perro viejo y que ha estudiado maneras de enseñar a los adultos.

“Necesitamos ir más allá y retar nuestra percepción del mundo. Si usted siempre anda con aquella gente con la que está de acuerdo y lee cosas que están de acuerdo con aquello que usted ya conoce, usted no va a luchar con las conexiones establecidas en su cerebro”, dice la doctora en una traducción encarrerada.

Va con el “No”, pues escuche a los del “Sí”; aprenda a tocar un instrumento, no viaje a casa por la presa de San José, escoja la de la pista de circunvalación (no será menos frustrante, pero al menos le dará algún entrenamiento a las neuronas).

En los últimos meses llegó la Julia, lo cual nos puso la vida patas arriba a Andrea y a mí. Con una bebé de seis meses no hay rutina que aguante dos semanas. Esta revolución -tan tuanis, por lo demás- bastaría para overjolearme el cerebro y dejarme la memoria finita-finita según la doctora Taylor; pero estoy peor. No retengo nada, doctora, y más a menudo me siento el colegial olvidadizo.

No quiero convertirme en un campeón de la memoria, solo quiero llevar todo lo que Julia necesita en la guardería, no dejar olvidado el almuerzo que hicimos la noche anterior con tanto, tanto esfuerzo (para poder ahorrar plata y pagar la guardería) y, claro, comprar todo lo que necesito del súper en una sola visita.

La cosa es que no sé qué hacer y el problema es más serio que la anécdota. Un olvido lo pago yo, pero también lo sufre la gente que quiero. La ciencia también me dice “¿Problemas de memoria?: ¡duerma más!”, pues que la ciencia nos venga a chinear a la chiquita por las madrugadas.

Salen las tapas de los whoopies de banano.

4 mar 2011

Mi media mitad

Siempre me gustó un solo chico a la vez, usualmente, el nuevo. Eso responde a que el nuevo siempre es tímido y esos son mis eternos favoritos. Es algo muy usual que la gente pierda su encanto en cuanto abre la boca, por eso, lo tímidos dan la oportunidad de que la imaginación vuele. Los tímidos son la potencialidad absoluta.
Recientemente, muchos amigos han tomado caminos distintos luego de años de convivencia. Es difícil aceptar que la relación nunca es un fin ("ser felices para siempre") sino un medio (para cagarla y aprender, por ejemplo).
Malcolm Gladwell en The Tipping Point habla del concepto de "transactive memory". Explica cómo las parejas comenzamos a hacer una memoria común, lo que causa que el divorcio sea como una pérdida de memoria.
-Mi amor, ¿te acordás cuando yo te dije que me gustabas, cuando almorzamos en Mac's?, me dice Darío.
-Ah sí..., ¿cómo fue?
Darío ahí está para decirme hasta qué traía puesto e insiste (aunque no fue así) que yo le dije que a mí también me gustaba él. En el caso de una separación, los recuerdos no serían bienes mancomundados. Darío se los dejaría todos; sufro de mala memoria. Sería The Eternal Sunshine of the Spotless Mind...
Me encanta que me recuerde lo que hemos vivido juntos porque, de repente, comienzo a tener flashazos con fotografías de lo que ocurrió pero es él quien tiene el video. Puedo ver los puntos, pero es él quien los junta para que aparezca la figura completa.
Es esa memoria colectiva, en la que uno se acuerda de algo, el otro se acuerda de lo otro, es parte de lo que hace un rompimiento tan difícil. Nos sentimos mutilados. No es un corazón partido, es medio corazón.
También hay una parte que sobra. El inside joke, la bromita que solo esa persona entendía, sobra. Sobra un número en el celular. Siempre sobra algo que no se pudo devolver. Y sobra amor y es mucho y se comienza a podrir porque nadie lo quiere.
Un buen día el chico tímido tiene novia y es uno. Y un mal día el tímido se sobrepone, saca fuerzas y se decide llevar la mitad de los recuerdos.

Hicimos estas "machitas" de my baking addiction. Son deliciosas y uno hace amigos en el trabajo si lleva (¡aprovechen tímidos!). Los whoopies estuvieron de vacaciones.

23 feb 2011

Ser cliché

Detesto los lugares comunes en las conversaciones, desde "Así es la vida" hasta "El amor todo lo puede". Darío y yo hacemos conversaciones imitando las entrevistas cajoneras que se ven en la pantalla chica, sobre todo, en los noticiarios. Hay que decirlo, los ticos somos todo menos espontáneos. Mi mamá se ríe de sí misma cuando cuenta que tratando de inventar una melodía termina tarareando una que ya existe. Así mismo pasa en la tele, es como ver una noticia repetida una y otra vez.
-Señor, ¿le agarró tarde para pagar el marchamo?, me dirijo a Darío con la debida impostación de reportera de tevé.
-Diay sí..., es que así somos los ticos, ¿verdad? Lo dejamos todo para última hora, dice mi esposo, haciendo voz de un señor que en el fondo está fascinado porque lo entrevisten, así sea para agarrarlo de pato.
-¿Por qué esperó hasta el último momento?
-Ah es que se me ha complicado todo con el fin de año...
A la gente mayor le fascinan las frases del copy-paste. Así, uno va por la vida, le cuenta a algo y entre más años, hay más posibilidades que a uno lo consuelen con un "Tiempo al tiempo", "No queda de otra", "Hay que echar palante", etc.
Con don Guillermo, un simpático señor que alimenta ardillas en un parque del barrio, tuve en estos días de mi licencia de maternidad unas conversaciones predecibles y lindas.
Yo: ¡Cómo comen las ardillas!
Él: Ah sí, son unas comelonas.
El cliché es una zona de confort. El small talk es perfecto para el parque, cuando mi bebé está en su arnés y comienza a patear a modo de "Arre, mamá, arre, dejá de conversar con el de las ardillas". Es perfecto para una conversación de minuto y medio.
Me encariñé con las conversaciones con don Guillermo y cuando hacía la ruta del paseo, esperaba encontrármelo. La mayoría de veces solo encontraba el rastro de él y las ardillas: cascaritas de banano y de semillas de girasol.
Y es que desde que soy mamá soy un cliché. Todo lo que he sentido por mi hija, billones de mujeres lo han dicho: "No hay amor más grande", "Los hijos cambian la vida", "Ser mamá es lo más lindo de mundo", etc... A mis amigas del trabajo, les trato de dosificar mi repertorio de cursilería reciclada, mientras les enseño la leche materna del congelador, les explico cómo funciona un extractor de leche o les muestro el último grito de la moda en accesorios para amamantar (sí, la lactancia es mi tema favorito en estos días y sí, ellas me quieren mucho y por eso todavía me soportan).
Mañana comenzará mi demorado regreso al trabajo. Ayer ya tuve pesadillas y no necesito de Freud para saber que la separación me angustia. Se imaginarán lo que he escuchado por estos días: "Todas las mamás pasan por eso", "Ni modo, hay que trabajar", "Los bebés se acostumbran"...
Como yo soy un cliché ("Nadie me entiende"), no puedo pedirle a la gente que no lo sea.
Pero los lugares comunes no son efectivos para consolar. No sirven para convencerme de que Julia en algún lugar de su corazón de bebé sabe que regresaré por ella a la guardería. Tampoco sirven para llenar su ausencia en mi día.
-Pero usted la va a llevar con usted, en su corazón, me dijo don Guillermo.
Arre, mamá.


Whoopie de mocaccino con naranja, mis favoritos y los menos favoritos de Darío.

17 feb 2011

Ay, mamá, me duele mi diente...

Empecé a usar frenillos el año pasado. Bonita la hora en la que me vine a descubrir la vanidad... Cuando Andrea estuvo embarazada me sentía como un papá adolescente de 32 años. La belleza dental me llegará tardada..., si acaso resisto.

Estoy bastante seguro de que los frenillos fueron inventados por El Maligno. Ya fue bastante malo sufrir con los labios rotos durante los primeros días o el tener que comerse una hamburguesa con cuchillo y tenedor por no poder aguantar el dolor por los alambres recién apretados; pero lo peor estaba por venir.

Hacía una tarde de película el día de mi última cita con el ortodoncista. A estas alturas del proceso, con más de un año de usar esta faja de tiros en la dentadura, uno siente que ya tiene todo el proceso controlado. Uno entra, abre la boca, le zocan los alambres, cierra la boca, paga la consulta y sale.

La última vez entré, abrí la boca, me zocaron los alambres y, en eso, el ortodoncista me dice que la cosa no camina tan bien ni tan rápido. Hizo una maniobra nueva entre los dientes, sonó un elasticazo y me dijo:

-Vea, usted no se imagina la cantidad de gente que anda con esto por la calle.

Me puso un espejo frente a la cara y, junto a su sonrisa perfecta y su cabeza blanca que ha hecho canas en el oficio, me mostró el horror. Una liga me cruzaba la boca desde el colmillo derecho de la mandíbula superior hasta el colmillo izquierdo de la inferior. Si me hubiera puesto otro elástico en sentido contrario mi boca se vería tachada con una equis.

-La cosa es la constancia -me dijo-, lo tiene que usar lo más que pueda si quiere que la cosa avance. En unos días ya ni lo va a sentir.

Quería decirle que no fuera condescendiente, que estaba hablando con un hombre hecho y no con uno de sus pacientitos adolescentes, pero la verdad es que solo quería llorarle a mi mami.

Ya con la boca cancelada, la asistente remató: “Bueno, también le puede sacar provecho, porque es una buena forma de hacer de dieta”. Yo solo acaté a decir “gdacias”, a meter la panza, a pagar la cuenta y a conducir de vuelta al trabajo.

Al castigo físico de los frenillos se le juntaba ahora el castigo psicológico. La lengua se tropieza a cada erre con la liga (“Ede con ede cigado, ede con ede badil, dápido coden los cados cadgados de tieda del fedocadil”). Uno podría estar diciendo la cosa más inteligente pero terminaría oyéndose como el idiota del pueblo.

El único pro es que me entretengo jugando a la guitarrita en los semáforos. Si uno pulsa con la uña la liga tensada entre la boca se puede afinar el tono: la nota se agudiza cuanto se abre más la mandíbula. Mi vida es pura emoción, ya sé.

A Julia le salen los dientes por estos días. Pronto cumplirá los seis meses y ya se le asoman dos filos blancos en las encías de abajo. Los dientes van pintando muy lindos pero las madrugadas la pillan con dolores desvelantes. Cuando me toca levantarme, me duelen los dientes a mí también (parece que las ligas trabajan tiempos extra en mis horas de sueño). Llego junto a la cuna y le envidio el polvo blanco y el anestésico que le ponemos en las encías. Con la empatía al máximo y la lengua todavía pastosa le digo un consuelo que no sé si sea para ella o para mí:

-Ya, ya, mi amod, ya se te va a pasad.


Banano y sangrientos valentines para los románticos atrasados.

4 feb 2011

La noticia de un embarazo

Me he hecho tantas pruebas de embarazo que casi las tenía en stock en la casa. Era un hábito como lavarme los dientes o ponerme desodorante: al final del mes, compraba una varita para orinarla.
En ese momento no sabía lo difícil y lo fácil que puede ser embarazarse. "Difícil" porque nunca nos jalamos torta a pesar de nuestros olvidos múltiples y a veces prolongados de las pastillas anticonceptivas. Fácil porque una vez que desterramos las pastillas, bodoquita (ahora más conocida como Julia) se instaló muy rápida y efectivamente en mi vientre.
He visto miles de veces la rayita fusia, solitaria. Y nunca importó lo malo del momento, lo inoportuno que hubiera sido un embarazo, siempre me sentí decepcionada con la rayita única.
El día que vería un resultado positivo en la prueba, estaba tan optimista que, luego de la farmacia, fui a comprar vino espumante falso, del que no tiene alcohol. Ese día pensé que tal vez esa era la primera vez en mi vida que tenía posibilidades reales de estar embarazada.
Mi esposo, Darío, siempre ha sido mi compañero en este deporte extraño de hacerme pruebas. Por alguna razón, nunca trató de detenerme.
-Estoy mareada, seguro estoy embarazada.
-¿Te querés hacer una prueba?
-Mejor, ¿verdad?
-Si vas a estar más tranquila...
Darío ha tenido razones de sobra para sentirse asustado en nuestra relación. Cuando teníamos solo seis meses de estar juntos, le dije que quería tener un bebé con él. Debe ser algo súper ancestral y primitivo lo que me indicó que él sería un buen papá para mi cría porque nunca tuve esa sensación con mis parejas anteriores (todas muy respetables, por lo demás, jeje).
La prueba de embarazo casera es pura tortura. Tiene un montón de indicaciones: el tiempo que le debe caer pis, cuánto debe estar horizontal, una retahíla infinita de preguntas y respuestas que les puedo recitar de memoria (no solo por mi PhD en pruebas, sino porque me fascina leer los prospectos, las instrucciones y las cajas de cereal). Lo inadmisible es que no incluya nada (dígase una sopa de letras sobre métodos anticonceptivos, por ejemplo) que uno pueda hacer durante esos tres eternos minutos que se debe esperar para que el resultado sea fiable. Uno solo se puede hacer el despistado y pensar cada nanosegundo en la varita meada.
Hacerme la prueba y ver las dos rayitas paralelas, al fin juntas y gemelas, me hizo autoabrazarme y llorar un poquito en el baño celeste de la casa que nos alquilaba don Rubén. Queriendo tener una historia que contar (ya ven, lo terminé haciendo), metí la varita (sí, con la tapa) en la refri y le dije a Darío, cuando llegó, que me pasara algo de comer.
Darío no la vio. Cuando se la señalé me dijo todo extrañado: ¿Por qué pusiste eso ahí? (Ya sé, pésima idea...)
-Mi amor, ¿no ves?, estoy embarazada.



Foto de Claire Ptak. Hicimos sus whoopies de chocolate y son deliciosos. El relleno es el cielo pero hay que comérselo casi de inmediato, o muta.

28 ene 2011

Los tiranos menores

En su último libro What the dog saw, el periodista Malcolm Gladwell acuña un concepto de una cepa de la especie humana: los genios menores.
Se refiere a gente sin jerarquía alguna, que hace algo especial. Según él mismo dice en el prólogo (y la cita no es textual porque viene de mi pésima memoria, le pongo comillas solo para darle caché): "Lo prudente es enemigo de lo interesante". Por eso es que esta gente, que no tiene un alto puesto que perder, nada más se tira al agua y hace lo que quiere, dice lo que piensa y listo. Ese simple hecho los hace fueras de serie.

Cuando uno tiene bebé comienza a conocer el barrio porque a los chiquitos les fascina el paseo. La ruta empieza a definirse con base en el número de perros idiotas que ladran. "Esta es la calle del cocker chiflado (valga la redundancia), mejor agarremos la otra donde está el señor en la mecedora".
Uno de esos genios menores es César Millán, el encantador de perros. Pienso mucho en él cuando paseo por el barrio. En cómo pondría en su lugar a esa sarta de mal amansados. Hoy vi a un french poodle, sin correa, al lado de su amo, caminando tranquilo y disfrutando el paseo.
Gladwell trata de descifrar qué es lo que tiene Millán para que los perros le hagan caso. Incluso, lo compara con ese profesor que hacía a todos callar sin tener que ponerse autoritario. Eso me lleva a los jefes, mamás y papás, funcionarios públicos, compañeros de brete, etc., que tienen un no-se-qué que hacen que uno quiera hacer lo que le piden (u ordenan) de la mejor manera. Aquellos que verdaderamente inspiran.
Del otro lado, están los tiranos menores (ese es un término propio, Gladwell no sería tan obvio), esa gente que no tiene jerarquía pero que se empeña en ejercer su mínima cuota de poder de manera arbitraria y absurda. Esa es la gente que nos hace decir unas 100 veces al año, ¿pero qué le costaba?
El funcionario público que tenía cara de "no". El funcionario del banco privado que tenía cara de "no" con una enorme sonrisa. El profesor que hace repetir al chamaco el año porque le faltaba un punto. El compañero de brete que sintió herido su ego porque lo pasaron por alto y se venga a cuenta gotas obstruyendo cada proceso que sigue. El jefe que no deja mandar ni un correo sin su firma porque siente que el junior de 21 años le va a quitar su puesto de CEO.
He tenido jefes buenos y jefes malos (he tenido muchos, no pregunten por qué). Tuve uno, que ahora es un amigo entrañable, que tenía el poder de que yo hiciera todo y más por ese trabajo; que dejara alma, vida y corazón de 9 a 5 (las horas son un eufemismo).
Millán habla de la sumisión en los perros. Un perro sumiso es un perro feliz. Yo creo que se trata de confianza. Cuando hay un líder en el que confiamos podemos al fin relajarnos.
Tenemos un profe que cree en nosotros y que a como nos exige, así nos considera. Tenemos a un jefe que nos inspira, nos hace crecer y nos deja la lengua afuera.
La agresividad no da confianza, los gritos y los maltratos tampoco. Los tiranos menores no inspiran a nadie. Están enfermos de ego. No dan confianza; todos están ansiosos a su alrededor. Y no hay nada peor que un perro con miedo.


De fresa, para Sarita y Ginette.

25 ene 2011

Escape del zoológico

El día prometía y decidimos inaugurarnos en eso que se supone deben hacer mamá, papá y chichí (miaumiau no estaba invitado) después del almuerzo de los domingos: el clásico paseo familiar. El Zoo Ave esperaba de alas abiertas a los papás primerizos. Más que un destino sería un laboratorio.

Una compañera de trabajo me preguntaría al día siguiente: “¿No está tu bebé muy chiquita para disfrutar eso?” Yo le mentí algunas excusas y, mientras tanto, me corría en la cabeza el cortometraje de la tarde anterior.

Las lapas rojas vieron a Julia contenta, el lagarto ya nos vio a nosotros acongojados y los monos solo nos vieron el polvo porque Andrea y yo pasamos volados, con Julia llorando de brazo en brazo y buscando la salida. De cajón está decir que se calmó a 20 pasos de la puerta cuando ya no habían bichos alrededor, con excepción de los pavos reales que andan sueltos por el zoológico. Ellos también corrían -realmente despavoridos- para huir de las mocosas que querían desplumarlos para llevarse un souvenir. Papá y mamá las regañaban con pereza tirados en el zacate, viviendo su propia versión de la clásica tarde familiar.

A nosotros todavía nos retumbaba el corazón por el sprint. Tal vez valdría la pena guardar energías: esta pinta como una maratón.


Minis de calabaza. Camada para doña Perla y compañía en el México.

Mari pidió uno para probar (aunque la calabaza no es lo de ella).


¿Qué tienen que ver los whoopies con el zoológico? Lea esto


21 ene 2011

Por qué mi beba no usa aretes

Julia nació hace casi cinco meses. Lo que la gente hace es llevar al hospital su primer par de aretes para que le hagan agujeros en las orejas y (ta-rán), salga el andrógino ser con un rotulito de "soy niña" en los lóbulos.
Vengo de una familia de cuatro niñas. Sé lo que significa ser niña y muchos de sus matices. Mi hermana mayor todavía le reclama a mi mamá de que "la pelaba como hombre", así que entiendo esas sensibilidades. (Cosita mi hermana, de veras que en algunas fotos parece un maecillo).
Pero con eso de los aretes, no pude evitarlo. No voy a dar cátedra (igual no podría) sobre el tema de los roles culturalmente asignados pero sí voy a decir que, como mujer, en eso me siento agotada del "deber ser". Cuando se es bebé son aretes, luego nos dicen que las señoritas debemos cerrar las piernas (figurativa y literalmente) y luego nos meten a la cocina (ah y también a la U, ahora hay quer ser doña toda).
Yo también soy controlada por muchos de esos roles. Cuando estaba embarazada, Darío me decía en son de broma (léase súper en serio) que lo dejara a él llevar el carrito del súper (-¡mi amor, van a pesar que soy un inútil!). Y ahí íbamos demostrando que la tierra seguía siendo redonda y que el mundo era como debía ser. Encima: nunca saco la basura, me siento como Bree Van de Kamp cuando alguien me dice que lo que hice está rico y veo demasiados programas de cocina.
Pero trato de desafiar esos patrones a los que nos han sometido, aun si me benefician porque eso casi siempre significa que alguien más está en desventaja.
El día que Julia quiera ponerse aretes (sí, ya sé, es un hecho que llegará) ese día los tendrá. Eso no niega la importancia de preguntarse qué motiva una tradición (ponerle aretes es algo relativamente inocuo pero hay tradiciones violentas, invasivas y degradantes). No quiero agujerearle nada a mi hija de un día de nacida porque así se ha hecho siempre (o en palabras más comunes: ¡porque se ven lindísimas!). Quiero que si un día no quiere cerrar las piernas, no quiere cocinar o, aún más, no quiere vivir solo para los demás, sepa que puede hacerlo (con el reto que esto implica) y que tiene mi apoyo.
Sé que muchas mamás (¡y papás!) -que les ponen aretes a sus hijas- tienen sus propios métodos para promover que las cosas cambien a favor de las niñas y las mujeres. Lo que quiero decir es que no tengo nada contra los aretes, sencillamente, esa es la metáfora que uso para hablar de algo más significativo. Cada quién escoge contra cuál mandato absurdo le parece importante rebelarse para que su bebe no esté sentenciado a hacer algo, sencillamente, por haber nacido hombre o mujer.
Un buen amigo un día me contó una historia de una pareja progre, que invirtió mucho esfuerzo en empoderar a su hija y en educar a su niño para que se convirtiera en un hombre respetuoso, que pudiera vivir otro tipo de masculinidad. Resultado, según mi amigo: total desastre. Eran dos alienígenas (tipo ET, no Alien) en medio de un ejército de terrícolas.
Por eso es que nos tenemos que poner de acuerdo. Nuestras hijas e hijos alienígenas tendrán su pequeña comunidad en donde las mujeres no sean agredidas, malpagadas e invisibilizadas. Y donde los hombres puedan disfrutar de su paternidad, no deban ganarse la machitud a punta de encuentros sexuales y puedan dejar de llevar el carrito del súper.

Si les interesa el tema, hay dos cosas que quisiera recomendar. Una es este artículo del NYtimes sobre La Red Social (sísí, la peli sobre FB) que habla de cómo vivimos en un mundo "nuevo" plagado de los viejos vicios de género. La otra esta serie de artículos de The International Herald Tribune en donde se retrata el lugar de la mujer en la actualidad desde distintos puntos de vista culturales, sociales, económicos.


Comodín: Una foto viejita del cumple de una
amiga querida. Whoopies grandes de calabaza.

Ahora viene la publi. Es obvio que los whoopies no son un regalo para un 14 de febrero. Admitámoslo, los whoopies no son románticos. Si usted está loco por su novio o novia, andan de manita sudada y le tiene un osito de peluche con su colonia impregnada, los whoopies no son para usted. Pero si usted tiene un amigo con derecho, está con despecho, no le sale ni el cadejos, está casado y no va a hacer nada por limpio o porque tiene bebés que cuidar (cualquier parecido con la realidad...) entonces tal vez le interese que haremos un sabor especial del 1 al 15 de febrero: my bloody valentine.

¿Por qué hay una foto de pasteles en este post? Mejor lea: ¿De qué trata este blog?