28 ene 2011

Los tiranos menores

En su último libro What the dog saw, el periodista Malcolm Gladwell acuña un concepto de una cepa de la especie humana: los genios menores.
Se refiere a gente sin jerarquía alguna, que hace algo especial. Según él mismo dice en el prólogo (y la cita no es textual porque viene de mi pésima memoria, le pongo comillas solo para darle caché): "Lo prudente es enemigo de lo interesante". Por eso es que esta gente, que no tiene un alto puesto que perder, nada más se tira al agua y hace lo que quiere, dice lo que piensa y listo. Ese simple hecho los hace fueras de serie.

Cuando uno tiene bebé comienza a conocer el barrio porque a los chiquitos les fascina el paseo. La ruta empieza a definirse con base en el número de perros idiotas que ladran. "Esta es la calle del cocker chiflado (valga la redundancia), mejor agarremos la otra donde está el señor en la mecedora".
Uno de esos genios menores es César Millán, el encantador de perros. Pienso mucho en él cuando paseo por el barrio. En cómo pondría en su lugar a esa sarta de mal amansados. Hoy vi a un french poodle, sin correa, al lado de su amo, caminando tranquilo y disfrutando el paseo.
Gladwell trata de descifrar qué es lo que tiene Millán para que los perros le hagan caso. Incluso, lo compara con ese profesor que hacía a todos callar sin tener que ponerse autoritario. Eso me lleva a los jefes, mamás y papás, funcionarios públicos, compañeros de brete, etc., que tienen un no-se-qué que hacen que uno quiera hacer lo que le piden (u ordenan) de la mejor manera. Aquellos que verdaderamente inspiran.
Del otro lado, están los tiranos menores (ese es un término propio, Gladwell no sería tan obvio), esa gente que no tiene jerarquía pero que se empeña en ejercer su mínima cuota de poder de manera arbitraria y absurda. Esa es la gente que nos hace decir unas 100 veces al año, ¿pero qué le costaba?
El funcionario público que tenía cara de "no". El funcionario del banco privado que tenía cara de "no" con una enorme sonrisa. El profesor que hace repetir al chamaco el año porque le faltaba un punto. El compañero de brete que sintió herido su ego porque lo pasaron por alto y se venga a cuenta gotas obstruyendo cada proceso que sigue. El jefe que no deja mandar ni un correo sin su firma porque siente que el junior de 21 años le va a quitar su puesto de CEO.
He tenido jefes buenos y jefes malos (he tenido muchos, no pregunten por qué). Tuve uno, que ahora es un amigo entrañable, que tenía el poder de que yo hiciera todo y más por ese trabajo; que dejara alma, vida y corazón de 9 a 5 (las horas son un eufemismo).
Millán habla de la sumisión en los perros. Un perro sumiso es un perro feliz. Yo creo que se trata de confianza. Cuando hay un líder en el que confiamos podemos al fin relajarnos.
Tenemos un profe que cree en nosotros y que a como nos exige, así nos considera. Tenemos a un jefe que nos inspira, nos hace crecer y nos deja la lengua afuera.
La agresividad no da confianza, los gritos y los maltratos tampoco. Los tiranos menores no inspiran a nadie. Están enfermos de ego. No dan confianza; todos están ansiosos a su alrededor. Y no hay nada peor que un perro con miedo.


De fresa, para Sarita y Ginette.

25 ene 2011

Escape del zoológico

El día prometía y decidimos inaugurarnos en eso que se supone deben hacer mamá, papá y chichí (miaumiau no estaba invitado) después del almuerzo de los domingos: el clásico paseo familiar. El Zoo Ave esperaba de alas abiertas a los papás primerizos. Más que un destino sería un laboratorio.

Una compañera de trabajo me preguntaría al día siguiente: “¿No está tu bebé muy chiquita para disfrutar eso?” Yo le mentí algunas excusas y, mientras tanto, me corría en la cabeza el cortometraje de la tarde anterior.

Las lapas rojas vieron a Julia contenta, el lagarto ya nos vio a nosotros acongojados y los monos solo nos vieron el polvo porque Andrea y yo pasamos volados, con Julia llorando de brazo en brazo y buscando la salida. De cajón está decir que se calmó a 20 pasos de la puerta cuando ya no habían bichos alrededor, con excepción de los pavos reales que andan sueltos por el zoológico. Ellos también corrían -realmente despavoridos- para huir de las mocosas que querían desplumarlos para llevarse un souvenir. Papá y mamá las regañaban con pereza tirados en el zacate, viviendo su propia versión de la clásica tarde familiar.

A nosotros todavía nos retumbaba el corazón por el sprint. Tal vez valdría la pena guardar energías: esta pinta como una maratón.


Minis de calabaza. Camada para doña Perla y compañía en el México.

Mari pidió uno para probar (aunque la calabaza no es lo de ella).


¿Qué tienen que ver los whoopies con el zoológico? Lea esto


21 ene 2011

Por qué mi beba no usa aretes

Julia nació hace casi cinco meses. Lo que la gente hace es llevar al hospital su primer par de aretes para que le hagan agujeros en las orejas y (ta-rán), salga el andrógino ser con un rotulito de "soy niña" en los lóbulos.
Vengo de una familia de cuatro niñas. Sé lo que significa ser niña y muchos de sus matices. Mi hermana mayor todavía le reclama a mi mamá de que "la pelaba como hombre", así que entiendo esas sensibilidades. (Cosita mi hermana, de veras que en algunas fotos parece un maecillo).
Pero con eso de los aretes, no pude evitarlo. No voy a dar cátedra (igual no podría) sobre el tema de los roles culturalmente asignados pero sí voy a decir que, como mujer, en eso me siento agotada del "deber ser". Cuando se es bebé son aretes, luego nos dicen que las señoritas debemos cerrar las piernas (figurativa y literalmente) y luego nos meten a la cocina (ah y también a la U, ahora hay quer ser doña toda).
Yo también soy controlada por muchos de esos roles. Cuando estaba embarazada, Darío me decía en son de broma (léase súper en serio) que lo dejara a él llevar el carrito del súper (-¡mi amor, van a pesar que soy un inútil!). Y ahí íbamos demostrando que la tierra seguía siendo redonda y que el mundo era como debía ser. Encima: nunca saco la basura, me siento como Bree Van de Kamp cuando alguien me dice que lo que hice está rico y veo demasiados programas de cocina.
Pero trato de desafiar esos patrones a los que nos han sometido, aun si me benefician porque eso casi siempre significa que alguien más está en desventaja.
El día que Julia quiera ponerse aretes (sí, ya sé, es un hecho que llegará) ese día los tendrá. Eso no niega la importancia de preguntarse qué motiva una tradición (ponerle aretes es algo relativamente inocuo pero hay tradiciones violentas, invasivas y degradantes). No quiero agujerearle nada a mi hija de un día de nacida porque así se ha hecho siempre (o en palabras más comunes: ¡porque se ven lindísimas!). Quiero que si un día no quiere cerrar las piernas, no quiere cocinar o, aún más, no quiere vivir solo para los demás, sepa que puede hacerlo (con el reto que esto implica) y que tiene mi apoyo.
Sé que muchas mamás (¡y papás!) -que les ponen aretes a sus hijas- tienen sus propios métodos para promover que las cosas cambien a favor de las niñas y las mujeres. Lo que quiero decir es que no tengo nada contra los aretes, sencillamente, esa es la metáfora que uso para hablar de algo más significativo. Cada quién escoge contra cuál mandato absurdo le parece importante rebelarse para que su bebe no esté sentenciado a hacer algo, sencillamente, por haber nacido hombre o mujer.
Un buen amigo un día me contó una historia de una pareja progre, que invirtió mucho esfuerzo en empoderar a su hija y en educar a su niño para que se convirtiera en un hombre respetuoso, que pudiera vivir otro tipo de masculinidad. Resultado, según mi amigo: total desastre. Eran dos alienígenas (tipo ET, no Alien) en medio de un ejército de terrícolas.
Por eso es que nos tenemos que poner de acuerdo. Nuestras hijas e hijos alienígenas tendrán su pequeña comunidad en donde las mujeres no sean agredidas, malpagadas e invisibilizadas. Y donde los hombres puedan disfrutar de su paternidad, no deban ganarse la machitud a punta de encuentros sexuales y puedan dejar de llevar el carrito del súper.

Si les interesa el tema, hay dos cosas que quisiera recomendar. Una es este artículo del NYtimes sobre La Red Social (sísí, la peli sobre FB) que habla de cómo vivimos en un mundo "nuevo" plagado de los viejos vicios de género. La otra esta serie de artículos de The International Herald Tribune en donde se retrata el lugar de la mujer en la actualidad desde distintos puntos de vista culturales, sociales, económicos.


Comodín: Una foto viejita del cumple de una
amiga querida. Whoopies grandes de calabaza.

Ahora viene la publi. Es obvio que los whoopies no son un regalo para un 14 de febrero. Admitámoslo, los whoopies no son románticos. Si usted está loco por su novio o novia, andan de manita sudada y le tiene un osito de peluche con su colonia impregnada, los whoopies no son para usted. Pero si usted tiene un amigo con derecho, está con despecho, no le sale ni el cadejos, está casado y no va a hacer nada por limpio o porque tiene bebés que cuidar (cualquier parecido con la realidad...) entonces tal vez le interese que haremos un sabor especial del 1 al 15 de febrero: my bloody valentine.

¿Por qué hay una foto de pasteles en este post? Mejor lea: ¿De qué trata este blog?

18 ene 2011

Maldita madrugada

La vida es dura a las 4:30 de la mañana pero no para todos. Mi bebé se despertó a esa hora hoy. Julia se veía animada como mi abuela, la otra persona en quien puedo pensar que le sentaban estupendamente las madrugadas.

No sé si es un recuerdo falso (seguro que más bien fue un sueño pues estaría yo durmiendo para entonces), pero veo a mi abuela con las canas todavía mojadas y yendo a la pulpe a comprar el pan. Había una relación inversa entre la velocidad que llevaba y las ganas que le ponía a la combinación de piernas y bordón.

-Buenos días, don Irra, cómo me le amaneció hoy etcétera, etcétera.

Yo, en mi desvelo, hoy caminaba hacia la cuna untando las chanclas en el piso frío y untando los saludos de buenos días en la oscuridad lechosa del cuarto de Julia. Levantar niñas en ese estado de casi zombi debería ser perseguido por el PANI.

Mi abuela tuvo 14 hijos, lo cual ahora casi podríamos catalogar de violencia doméstica. A ella nunca la conocí joven, más bien atardecida y madrugadora, pero había vida en esa doña. Uno que solo tiene una niña y nació cansado piensa que la doble élice de los cromosomas giró al lado contrario. Recuerdo a doña Nelly y me da por descreer de la genética pero, al asomarme por encima de la baranda de la cuna, a veces también me da por creer.


De esta camada de chocolate, fresa y banano unos se fueron

para el hospital México y otros para un rezo del Niño.

13 ene 2011

El posparto es un extraño país

Cuando Darío comenzó a arrullar al edredón sonámbulo, supimos que habíamos entrado a un extraño y nuevo lugar. El postparto de los papás primerizos es el sitio más intenso en el que hayamos estado.
Para comenzar, ese es el lugar donde nace el llamado instinto materno. Diez horas diarias a solas con 65 centímetros de pura dulzura chimuela hace que cualquiera sepa interpretar al nuevo ser. El instinto materno es, sencillamente, kilometraje vivencial con otra persona. Claro que siempre es genial decir "tiene sueño", que te vean con la cara comemierda del escepticismo y que dos minutos después, la bebé duerma como un tronco. Habló la pitoniza.
Lo siguiente es que en este lugar las convenciones sociales se van al carajo. Lo cual solo puede ser bueno. Que lo diga Julia que nos ametralla de peditos todo el día sin perder la cara de póquer.
Mientras se toma café con una amiga y sin cambiar la cara de qué-mae-más-cerdo, uno le huele el trasero a la bebé para para ver si es hora de hacer un cambio de pañal, se va al súper con una vomitada de bufanda y se le tira el teléfono a quien sea ("bebé se despertó, adiós jefe"). A nadie le importa. Y, encima, muchísima gente suspira mientras uno está cambiando un pañal relleno de mostaza.
En el país del postparto, uno espera a la pareja en la puerta, casi en éxtasis, para entregar a bebé y poder hacer pipí con la puerta abierta, gritando arrullos sentado en la taza y de cuarto a cuarto.
Cantar "La maldita primavera" como canción de cuna me hace arrepentirme de no haber atesorado un hit parade para chiquitos con algo más que Insi Winsi araña.
Allí se alegra uno de lo absurdo: "¡Ay qué linda, me jaló el pelo durísimo!" "Ya le vuelve la cara a la gente que no quiere ver, ¡es una tierna!".
Este sitio hizo nacer un nuevo ser en mi esposo: el nuevo inquilino sabe hacer la voz de la ballena, el oso polar, el lagarto y el león que cuelgan del móvil de Julia. Según escucho, el oso polar se cocina del calor en este clima tropical y solo puede pensar en eso. Vieras qué mae más depre.
El postparto es casi siempre un país de tres habitantes, pero la tercera parte de la población debe irse a trabajar (a punta de juete mental: trabajo =comida= igual bebé sana y fuerte). Las otras dos terceras partes se aman y se conocen pero sueñan con ver a más forasteros.
Julia piensa que debe haber luego de las fronteras un gato más lindo que Ani.


Whoopies de chocolate para las amigas de la corte

11 ene 2011

Ani, el gato

El gato es malo, se llama Ani y es malo. Ani no tiene esa maldad abstracta que todos quienes nunca han tenido un gato suponen que los gatos tienen. Tampoco estoy hablando de esa maldad concreta que conocen quienes han encontrado los geranios abonados o quienes no duermen por las noches por culpa del sexo salvaje en el techo. Señora, mi gato es incapaz, seguro que el pájaro que le llegaba al patio no ha vuelto porque se hartó de comer papaya.

Ani es malo porque es un natural-born-cabrón más allá del llamado del deber. Se pasea a lo James Bond, con esmoquin y jugando de dueño. Él no camina, más bien parece que navega por la casa y encalla por horas en los sillones. Junto a él, cualquiera tiene la elegancia de Cantinflas. Uno lo toca y el pelo es suave. Uno lo toca más y los colmillos son duros. Es terco y cuando no se le da lo que quiere (atún, rasquidos, sopa de aleta de tiburón, la aceptación notariada de que él es el centro absoluto del universo) ataca y se le manda a uno a los tobillos. Mejor evitar los paseos en chanclas, amigo.

Ahora mismo está teniendo un altercado con Andrea: ella hornea y él pide cualquier cosa. Suena un putazo. Suena un portazo. La vida sigue su curso.

Ani piensa que pudimos tener una profesión mejor, no aprobó nuestra convivencia extramarital ni tampoco nuestra posterior unión por lo civil. Aquí se nos sale lo prejuiciosos, pero creemos que lo conservador le viene de sus orígenes cartagineses.

Las cosas no han sido fáciles para Ani últimamente. Primero vino la beba Julia, lo cual le ha reducido sus mares navegables dentro de la casa. Luego vinieron los whoopies, que le terminaron de cerrar otros. De más está decir que él ya nos saló el negocio y espera que fallemos miserablemente.

Él sabe que es el macho alfa, por santocristo que él piensa que es el macho alfa..., castrado y aún así cree que es el macho alfa. Si todos los malos fueran como Ani, el mundo sería un mickey mouse.



Whoopies de banano.

9 ene 2011

¿Qué putas es un whoopie pie?

Hoy nos trajeron una batidora grande que compramos en el extranjero, de esas que se miran en los programas de televisión tipo Tía Florita. Bueno, tal vez no es exactamente como esas, pero sí es la versión humilde de esos maquinones.

Por lo demás, nosotros estamos agradecidos y contentos. Por fin nos podemos deshacer de la batidorcita de mano que compramos en Importadora Monge por menos de diez mil colones. Ese aparato venía con cinco velocidades: rápido, rapidísimo, rapidisisísimo, velocidad de la luz y úsela-bajo-su-propio-riesgo. Nos veremos en el infierno maquinita, ya llegó su mamá desde Canadá y ella sí que entiende razones. (Mientras escribo esto, Andrea, mi esposa, me dice que le da un poco de lástima la batidorcita: sea como sea sacó la tarea de los whoopies). Sí claro, lo que sea...

Hace un par de años Andrea descubrió los whoopie pies. Hojeando una edición de The New York Times vio unos ejemplares raros de repostería. A mí me parecieron panes de hamburguesa unidos con un relleno cremoso. Resulta que estaban siendo algo así como una sensación en Estados Unidos y habían salido de la oscuridad de la cocina tradicional de los amish de Pensilvania o de por ahí. Andrea: ¿Verdad que se ven deliciosos?

Yo: ...

Andrea: ¡Mae, yo los veo deliciosos!

Yo: Eh...

Andrea: Aquí puede estar el negocio.

Andrea y yo somos periodistas pero siempre fantaseamos con descubrir un negocio que apuntale las finanzas domésticas (al menos hasta que nuestro subconsciente se canse de agarrarnos de majes y deje de darnos falsos números ganadores de la lotería). El cuento corto es que fuimos más rápidos en hacer una chiquita que en apuntarnos en el negocio de los whoopies.

Julia ya tiene cuatro meses y medio; pero Andrea hizo un whoopie, por primera vez, hace dos. Se veía como dos panes de hamburguesa unidos con un relleno cremoso (estoy hablando del whoopie, no de Julia). La sonrisa desconfiada que me vio cuando me dio el primero de calabaza se volvió una sonrisa sincera de gusto.

Yo: ¡Mae, aquí puede estar el negocio!

Andrea: ¿En serio?

Yo: Total.

Hay que ser francos. Los amish parecen buena gente pero uno no necesariamente los relacionaría con una buena cuchara. De hecho, los whoopies en sí son un engendro: parecen una galleta cremita pero hecha con las tapas de dos muffin. El hecho de que Andrea se hubiera enamorado a primera vista de ellos deja qué desear sobre sus gustos (dato que, cuando menos, mina un poco mi autoestima como esposo).

Sin embargo, la Andrea salió visionaria. El queque no sabía a nada que yo hubiera probado. El pan es suave, dulce y, en este caso, un poco húmedo. Se podía sentir el sabor ahora de canela, enseguida de clavo de olor. El relleno es cremoso y ácido-dulce, muy bueno.

Desde entonces hemos estado horneando pedidos muy pequeños y surtiendo a nuestros pocos clientes fieles. La batidorcita hiperactiva sirvió bien y rápido... dementemente rápido.

Andrea dice que la batidora nueva nos va a ocupar algo así como el diez por ciento de la cocina. Uno ve al aparatote parado ahí, en medio del moledero, entre la tostadora y el coffee maker que usamos todos los días para un desayuno atragantado. Se le ve un poco desubicada, como en el primer día de clases. Nosotros no podemos dejar de pensar que la cosa va en serio. Como decía mi abuela, esperate y verés.


Foto: Alifayre. Prometemos fotos propias en el próximo post.

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