17 feb 2011

Ay, mamá, me duele mi diente...

Empecé a usar frenillos el año pasado. Bonita la hora en la que me vine a descubrir la vanidad... Cuando Andrea estuvo embarazada me sentía como un papá adolescente de 32 años. La belleza dental me llegará tardada..., si acaso resisto.

Estoy bastante seguro de que los frenillos fueron inventados por El Maligno. Ya fue bastante malo sufrir con los labios rotos durante los primeros días o el tener que comerse una hamburguesa con cuchillo y tenedor por no poder aguantar el dolor por los alambres recién apretados; pero lo peor estaba por venir.

Hacía una tarde de película el día de mi última cita con el ortodoncista. A estas alturas del proceso, con más de un año de usar esta faja de tiros en la dentadura, uno siente que ya tiene todo el proceso controlado. Uno entra, abre la boca, le zocan los alambres, cierra la boca, paga la consulta y sale.

La última vez entré, abrí la boca, me zocaron los alambres y, en eso, el ortodoncista me dice que la cosa no camina tan bien ni tan rápido. Hizo una maniobra nueva entre los dientes, sonó un elasticazo y me dijo:

-Vea, usted no se imagina la cantidad de gente que anda con esto por la calle.

Me puso un espejo frente a la cara y, junto a su sonrisa perfecta y su cabeza blanca que ha hecho canas en el oficio, me mostró el horror. Una liga me cruzaba la boca desde el colmillo derecho de la mandíbula superior hasta el colmillo izquierdo de la inferior. Si me hubiera puesto otro elástico en sentido contrario mi boca se vería tachada con una equis.

-La cosa es la constancia -me dijo-, lo tiene que usar lo más que pueda si quiere que la cosa avance. En unos días ya ni lo va a sentir.

Quería decirle que no fuera condescendiente, que estaba hablando con un hombre hecho y no con uno de sus pacientitos adolescentes, pero la verdad es que solo quería llorarle a mi mami.

Ya con la boca cancelada, la asistente remató: “Bueno, también le puede sacar provecho, porque es una buena forma de hacer de dieta”. Yo solo acaté a decir “gdacias”, a meter la panza, a pagar la cuenta y a conducir de vuelta al trabajo.

Al castigo físico de los frenillos se le juntaba ahora el castigo psicológico. La lengua se tropieza a cada erre con la liga (“Ede con ede cigado, ede con ede badil, dápido coden los cados cadgados de tieda del fedocadil”). Uno podría estar diciendo la cosa más inteligente pero terminaría oyéndose como el idiota del pueblo.

El único pro es que me entretengo jugando a la guitarrita en los semáforos. Si uno pulsa con la uña la liga tensada entre la boca se puede afinar el tono: la nota se agudiza cuanto se abre más la mandíbula. Mi vida es pura emoción, ya sé.

A Julia le salen los dientes por estos días. Pronto cumplirá los seis meses y ya se le asoman dos filos blancos en las encías de abajo. Los dientes van pintando muy lindos pero las madrugadas la pillan con dolores desvelantes. Cuando me toca levantarme, me duelen los dientes a mí también (parece que las ligas trabajan tiempos extra en mis horas de sueño). Llego junto a la cuna y le envidio el polvo blanco y el anestésico que le ponemos en las encías. Con la empatía al máximo y la lengua todavía pastosa le digo un consuelo que no sé si sea para ella o para mí:

-Ya, ya, mi amod, ya se te va a pasad.


Banano y sangrientos valentines para los románticos atrasados.

4 comentarios:

  1. Presumo que Quino al oír a alguien hablando así debe preguntarse: ¿así hablaría Guille de haber llegado a la adultez?

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  2. Yo me lo sabia con azucar, no con tierra... sera que en la version capitalina lo que se transportaba era tierra y en la provincia de Juan Santamaria lo que veiamos eran los vagones que venian de los cannales de Grecia?

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  3. Mario: Jaja, con suerte, Guille volvió a sus hábitos infantiles cuando le pusieron ortodoncia.
    Mini: Cierto, debe ser algo liguístico lo del azúcar...

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  4. aii mi dientee mamii aiii mi dientee buahhh!!

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