15 mar 2011

La pornoalegría de Facebook

Ha llegado el punto en que luego de ver las horribles imágenes de los desastres naturales recientes, uno necesita respirar y imaginarse que está en..., Facebook. Sí, en Facebook. Porque allí todos somos una gran familia feliz, con sus agradables excepciones. Yo no tengo nada en contra de la felicidad, de los buenos deseos, del positivismo..., excepto si ya parece el barrio de The Stepford Wives.
Para ser franca, me inquieta que de repente, una de esas excepciones llega, se caga tranquilamente en algo o alguien y cae el ejército de Bob Esponja a decir que no hay por qué sentirse mal, que siga adelante, que la vida vale la pena y que todo es color de rosa (alíniese compa, aquí todos somos felices).

Otro escenario común es:

Bob Esponja
"Me encanta trabajar en el Krustáceo Kascarudo"

A 80 personas les gusta esto

Barney: "Hey, sí qué chiva. Yo también quiero hacer kangreburgers"
Barby: "Hola Bob, no sabía que estabas ahí. Vos sos tan súper especial"
Olafo: "Pero don Kangrejo a veces puede ser un cabrón".
Barney: "No le haga caso, Bob. Hay gente que no pueden verlo a uno feliz, qué cansado".
Barby: "Olafo, usted sí que está feo".


Si uno no es Paulo Coelho o Rhonda Byrne pues está en todo su derecho de ser miserable de vez en cuando. Pero el tema es que no existe un binomio feliz-triste. La gente que no está feliz, no significa que está triste. La gente que no es positiva u optimista, no significa que es negativa.
Yo, de repente, necesito un poco de humanidad y, entonces, saco la cara del monitor, veo a la par mía y ahí está mi amiga Kylie, con una lista de reuniones infinita, frustrada y comiéndose una manzana de almuerzo a la par mía. Yo respiro aliviada. Kylie es de carne y hueso. Me sonríe con las cejas circunflejas y sigue martirizando al teclado de la compu.
Aunque no soy enemiga de toda esta onda new agey (me encantan la afirmaciones, por ejemplo) creo que esa carita feliz tiene esclavizada a demasiada gente.
Veo en la tristeza y en la felicidad dos sentimientos dignos de compartirse, igual que muchos otros, y admiro profundamente a la gente que no esconde su fragilidad bajo un "estado" eufórico actualizado cada dos o tres horas. Además, tengo una debilidad por los quejosos. Siento que están un paso más cerca de cambiar las cosas que los alegres envenados. Creo que son seres más complejos y genuinos.
¡Hey, smiley face! Usted puede enyesarse la sonrisa que no es cierto eso de que si se finge lo suficiente será verdad.
Un artículo de Psychology Today (que no comparte para nada mi perspectiva) toca tangencialmente el tema de cómo la gente se siente menos por esta tarea casi proselitista de hacerse ver bien en FB. "Todo el mundo tiene más sexo que yo", bromeó un amigo un día de estos... Cómo cuesta trabajo salir de loser estos días..., fotos de desbordante alegría, cambios de estado extáticos, ojitos que guiñen por doquier y signos de exclamación. Life's good.
Alguien dirá que hay sentimientos que no son para compartir en FB. Desde mi punto de vista, la alegría, tanto como la tristeza, nos desnudan y nos exponen por igual. Y en la felicidad hay mucha debilidad y estupidez también y puede ser un sentimiento muy vacío.
No hay nada que temer. Enojese, incomomódese, ande con cara de angustia, deje salir esa lagrimilla..., me late que lo hará una persona más feliz.


Este whoopie pertenece a Love From the Oven. Si alguien no tiene idea qué es Saint
Patrick's Day pero quiere comerse algo verde que sepa rico, aquí está la receta.

11 mar 2011

Amnesias

Es martes por la noche y, después del trabajo, debo pasar al súper a comprar los ingredientes para una horneada. Llevo una lista que hice en la oficina, la reviso en los pasillos del súper y vuelvo a chequear el papel arrugado en las cajas. Cuando llego a casa, después de los holamiamor, Andrea revisa la bolsa y nota que falta la mantequilla, que estaba de segunda en la lista. Me golpeo la frente con la palma (autocastigo para neuronas perezosas), las ruedas del carro chillan y otra vez estoy en el súper. Además de la mantequilla decido aprovechar el viaje para comprar cebollas, que las echábamos en falta desde hace mucho. Cuando regreso a casa, Andrea revisa la bolsa y anota: ¿Para qué compraste cebollas? Vos compraste un montón en la feria el sábado.

Cada vez que tengo un olvido -lo cual pasa un par de veces al día- siento que soy el flacucho colegial que cada tanto deja la tarea sobre la mesa del comedor. Si los caballeros no tienen memoria, abran paso a este Lord inglés. Cuento esto para probar que Andrea miente, o por lo menos tuerce la verdad: mi memoria a largo plazo puede parecer entera, pero los recuerdos chicos del día a día se me van cada cinco minutos entre las horquetas.

Para reavivar la memoria, la ciencia recomienda la meditación, las carreras..., pero la receta que más me gusta está en hacer que las neuronas hagan gimnasia. Revisando cosas viejas en ese baúl de los recuerdos en que a veces se convierte una computadora personal vieja, encontré este artículo del New York Times que evidentemente había olvidado. La nota dice que uno debe procurar salir de su “zona de confort” para zarandear las neuronas, reactivar la sinapsis y tener la mente en forma para los recuerdos.

El artículo recoge la experiencia de Kathleen Taylor, una investigadora que sabe que se le pueden enseñar nuevas cosas a un perro viejo y que ha estudiado maneras de enseñar a los adultos.

“Necesitamos ir más allá y retar nuestra percepción del mundo. Si usted siempre anda con aquella gente con la que está de acuerdo y lee cosas que están de acuerdo con aquello que usted ya conoce, usted no va a luchar con las conexiones establecidas en su cerebro”, dice la doctora en una traducción encarrerada.

Va con el “No”, pues escuche a los del “Sí”; aprenda a tocar un instrumento, no viaje a casa por la presa de San José, escoja la de la pista de circunvalación (no será menos frustrante, pero al menos le dará algún entrenamiento a las neuronas).

En los últimos meses llegó la Julia, lo cual nos puso la vida patas arriba a Andrea y a mí. Con una bebé de seis meses no hay rutina que aguante dos semanas. Esta revolución -tan tuanis, por lo demás- bastaría para overjolearme el cerebro y dejarme la memoria finita-finita según la doctora Taylor; pero estoy peor. No retengo nada, doctora, y más a menudo me siento el colegial olvidadizo.

No quiero convertirme en un campeón de la memoria, solo quiero llevar todo lo que Julia necesita en la guardería, no dejar olvidado el almuerzo que hicimos la noche anterior con tanto, tanto esfuerzo (para poder ahorrar plata y pagar la guardería) y, claro, comprar todo lo que necesito del súper en una sola visita.

La cosa es que no sé qué hacer y el problema es más serio que la anécdota. Un olvido lo pago yo, pero también lo sufre la gente que quiero. La ciencia también me dice “¿Problemas de memoria?: ¡duerma más!”, pues que la ciencia nos venga a chinear a la chiquita por las madrugadas.

Salen las tapas de los whoopies de banano.

4 mar 2011

Mi media mitad

Siempre me gustó un solo chico a la vez, usualmente, el nuevo. Eso responde a que el nuevo siempre es tímido y esos son mis eternos favoritos. Es algo muy usual que la gente pierda su encanto en cuanto abre la boca, por eso, lo tímidos dan la oportunidad de que la imaginación vuele. Los tímidos son la potencialidad absoluta.
Recientemente, muchos amigos han tomado caminos distintos luego de años de convivencia. Es difícil aceptar que la relación nunca es un fin ("ser felices para siempre") sino un medio (para cagarla y aprender, por ejemplo).
Malcolm Gladwell en The Tipping Point habla del concepto de "transactive memory". Explica cómo las parejas comenzamos a hacer una memoria común, lo que causa que el divorcio sea como una pérdida de memoria.
-Mi amor, ¿te acordás cuando yo te dije que me gustabas, cuando almorzamos en Mac's?, me dice Darío.
-Ah sí..., ¿cómo fue?
Darío ahí está para decirme hasta qué traía puesto e insiste (aunque no fue así) que yo le dije que a mí también me gustaba él. En el caso de una separación, los recuerdos no serían bienes mancomundados. Darío se los dejaría todos; sufro de mala memoria. Sería The Eternal Sunshine of the Spotless Mind...
Me encanta que me recuerde lo que hemos vivido juntos porque, de repente, comienzo a tener flashazos con fotografías de lo que ocurrió pero es él quien tiene el video. Puedo ver los puntos, pero es él quien los junta para que aparezca la figura completa.
Es esa memoria colectiva, en la que uno se acuerda de algo, el otro se acuerda de lo otro, es parte de lo que hace un rompimiento tan difícil. Nos sentimos mutilados. No es un corazón partido, es medio corazón.
También hay una parte que sobra. El inside joke, la bromita que solo esa persona entendía, sobra. Sobra un número en el celular. Siempre sobra algo que no se pudo devolver. Y sobra amor y es mucho y se comienza a podrir porque nadie lo quiere.
Un buen día el chico tímido tiene novia y es uno. Y un mal día el tímido se sobrepone, saca fuerzas y se decide llevar la mitad de los recuerdos.

Hicimos estas "machitas" de my baking addiction. Son deliciosas y uno hace amigos en el trabajo si lleva (¡aprovechen tímidos!). Los whoopies estuvieron de vacaciones.