11 ene 2011

Ani, el gato

El gato es malo, se llama Ani y es malo. Ani no tiene esa maldad abstracta que todos quienes nunca han tenido un gato suponen que los gatos tienen. Tampoco estoy hablando de esa maldad concreta que conocen quienes han encontrado los geranios abonados o quienes no duermen por las noches por culpa del sexo salvaje en el techo. Señora, mi gato es incapaz, seguro que el pájaro que le llegaba al patio no ha vuelto porque se hartó de comer papaya.

Ani es malo porque es un natural-born-cabrón más allá del llamado del deber. Se pasea a lo James Bond, con esmoquin y jugando de dueño. Él no camina, más bien parece que navega por la casa y encalla por horas en los sillones. Junto a él, cualquiera tiene la elegancia de Cantinflas. Uno lo toca y el pelo es suave. Uno lo toca más y los colmillos son duros. Es terco y cuando no se le da lo que quiere (atún, rasquidos, sopa de aleta de tiburón, la aceptación notariada de que él es el centro absoluto del universo) ataca y se le manda a uno a los tobillos. Mejor evitar los paseos en chanclas, amigo.

Ahora mismo está teniendo un altercado con Andrea: ella hornea y él pide cualquier cosa. Suena un putazo. Suena un portazo. La vida sigue su curso.

Ani piensa que pudimos tener una profesión mejor, no aprobó nuestra convivencia extramarital ni tampoco nuestra posterior unión por lo civil. Aquí se nos sale lo prejuiciosos, pero creemos que lo conservador le viene de sus orígenes cartagineses.

Las cosas no han sido fáciles para Ani últimamente. Primero vino la beba Julia, lo cual le ha reducido sus mares navegables dentro de la casa. Luego vinieron los whoopies, que le terminaron de cerrar otros. De más está decir que él ya nos saló el negocio y espera que fallemos miserablemente.

Él sabe que es el macho alfa, por santocristo que él piensa que es el macho alfa..., castrado y aún así cree que es el macho alfa. Si todos los malos fueran como Ani, el mundo sería un mickey mouse.



Whoopies de banano.

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