2 abr 2011

Informe de viaje

Estoy en un bus y voy de pie en medio de un montón de extraños. Un gringo gordo y buena gente se disculpa cada treinta segundos por majarme. Desde afuera no parecía que pudiera caber tanta gente, y desde dentro sufro la comprobación del cálculo.

Está lloviendo y las ventanas del bus están empapadas de vaho. Me siento perdido en esta ciudad que no conozco, pero además el vaho de los cristales es redundante y no deja ver lo que ya de por sí no se puede ver por lo oscuro de la noche. Estoy en Atlanta, Georgia, por accidente y porque el mal tiempo me hizo perder la conexión a mí y a otro buen poco de gente. Yo iba a trabajar a otra ciudad; ellos, quién sabe, pero una muestra al azar de los viajeros varados estamos embutidos en esta lata hacia un hotel para pasar la noche.

La situación es nueva pero vieja también. La mente está cansada y divaga. En eso, ya no estoy donde estoy y la conductora negra es un chofer neurótico que maneja el bus de Concepción de Alajuelita con los botones abiertos de la camisa. Me lleva a mí -vestido con uniforme de colegio- y al resto de gente que vuelve, en medio de la lluvia, a la ciudad marginal en un bus a reventar, con las ventanas chorreando y con una atmósfera oliendo a perro mojado. “Esto es lo mío”, me envalentono, “ya he estado aquí, y posiblemente estoy mejor preparado para la mala suerte que estos gringos. Vengo del subdesarrollo, maldita sea, alguna ventaja debo de tener”.

En el bus del aeropuerto va una niña rubia de poco más de un año que no para de reírse en inglés. “Al menos alguien está feliz”, se suelta a decir una doña y suelta las sonrisas de todos. Las defensas emocionales se desploman. En eso siento que no estoy más preparado que nadie y estoy más solo que todos. La gringuita no me deja otra opción que recordar a mi beba Julia, que está en la casa echando más dientes.

La habitación del Confort Inn al que me envió la aerolínea tiene una cocina pequeña con un coffee maker enano que hacen juego con la minipasta, el microcepillo de dientes y la maquinilla rasuradora de porquería que nos regaló Delta a los viajeros demorados. La habitación es un triste remedo de casa y yo no tengo ni un cambio de calzoncillo para mañana.

Escribo esto en la habitación del hotel porque la lluvia lo pone a uno cabronamente melancólico. Y sí, los truenos a medianoche son excesivos y le ponen un dramatismo ridículo a la tragedia vulgar de un cualquiera que está lejos de casa.

2 comentarios:

  1. Las desventuras de los viajeros con el clima adverso, nunca dejan de tener una cuota considerable de dramatismo, peor aún tratándose de un padre amateur.
    Una amiga sufrió de un evento similar en Francia, la aerolínea rindió honor a la fama de "amantes frecuentes" e incluyó en su paquete de consolación te-dejó-el-avión, un singular elemento:un condón
    Ojalá regrese pronto con las nenas.

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  2. Cómo disfruto de cada entrada en este blog!!!

    Sólo he tenido una oportunidad de viajar, por suerte no sufrí ningún transpié en mi recorrido. La nota definitivamente me transportó a las tantas y tantas ocasiones en que he estado atrapado en la lata con servicio de sauna incluido...

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