23 feb 2011

Ser cliché

Detesto los lugares comunes en las conversaciones, desde "Así es la vida" hasta "El amor todo lo puede". Darío y yo hacemos conversaciones imitando las entrevistas cajoneras que se ven en la pantalla chica, sobre todo, en los noticiarios. Hay que decirlo, los ticos somos todo menos espontáneos. Mi mamá se ríe de sí misma cuando cuenta que tratando de inventar una melodía termina tarareando una que ya existe. Así mismo pasa en la tele, es como ver una noticia repetida una y otra vez.
-Señor, ¿le agarró tarde para pagar el marchamo?, me dirijo a Darío con la debida impostación de reportera de tevé.
-Diay sí..., es que así somos los ticos, ¿verdad? Lo dejamos todo para última hora, dice mi esposo, haciendo voz de un señor que en el fondo está fascinado porque lo entrevisten, así sea para agarrarlo de pato.
-¿Por qué esperó hasta el último momento?
-Ah es que se me ha complicado todo con el fin de año...
A la gente mayor le fascinan las frases del copy-paste. Así, uno va por la vida, le cuenta a algo y entre más años, hay más posibilidades que a uno lo consuelen con un "Tiempo al tiempo", "No queda de otra", "Hay que echar palante", etc.
Con don Guillermo, un simpático señor que alimenta ardillas en un parque del barrio, tuve en estos días de mi licencia de maternidad unas conversaciones predecibles y lindas.
Yo: ¡Cómo comen las ardillas!
Él: Ah sí, son unas comelonas.
El cliché es una zona de confort. El small talk es perfecto para el parque, cuando mi bebé está en su arnés y comienza a patear a modo de "Arre, mamá, arre, dejá de conversar con el de las ardillas". Es perfecto para una conversación de minuto y medio.
Me encariñé con las conversaciones con don Guillermo y cuando hacía la ruta del paseo, esperaba encontrármelo. La mayoría de veces solo encontraba el rastro de él y las ardillas: cascaritas de banano y de semillas de girasol.
Y es que desde que soy mamá soy un cliché. Todo lo que he sentido por mi hija, billones de mujeres lo han dicho: "No hay amor más grande", "Los hijos cambian la vida", "Ser mamá es lo más lindo de mundo", etc... A mis amigas del trabajo, les trato de dosificar mi repertorio de cursilería reciclada, mientras les enseño la leche materna del congelador, les explico cómo funciona un extractor de leche o les muestro el último grito de la moda en accesorios para amamantar (sí, la lactancia es mi tema favorito en estos días y sí, ellas me quieren mucho y por eso todavía me soportan).
Mañana comenzará mi demorado regreso al trabajo. Ayer ya tuve pesadillas y no necesito de Freud para saber que la separación me angustia. Se imaginarán lo que he escuchado por estos días: "Todas las mamás pasan por eso", "Ni modo, hay que trabajar", "Los bebés se acostumbran"...
Como yo soy un cliché ("Nadie me entiende"), no puedo pedirle a la gente que no lo sea.
Pero los lugares comunes no son efectivos para consolar. No sirven para convencerme de que Julia en algún lugar de su corazón de bebé sabe que regresaré por ella a la guardería. Tampoco sirven para llenar su ausencia en mi día.
-Pero usted la va a llevar con usted, en su corazón, me dijo don Guillermo.
Arre, mamá.


Whoopie de mocaccino con naranja, mis favoritos y los menos favoritos de Darío.

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