18 ene 2011

Maldita madrugada

La vida es dura a las 4:30 de la mañana pero no para todos. Mi bebé se despertó a esa hora hoy. Julia se veía animada como mi abuela, la otra persona en quien puedo pensar que le sentaban estupendamente las madrugadas.

No sé si es un recuerdo falso (seguro que más bien fue un sueño pues estaría yo durmiendo para entonces), pero veo a mi abuela con las canas todavía mojadas y yendo a la pulpe a comprar el pan. Había una relación inversa entre la velocidad que llevaba y las ganas que le ponía a la combinación de piernas y bordón.

-Buenos días, don Irra, cómo me le amaneció hoy etcétera, etcétera.

Yo, en mi desvelo, hoy caminaba hacia la cuna untando las chanclas en el piso frío y untando los saludos de buenos días en la oscuridad lechosa del cuarto de Julia. Levantar niñas en ese estado de casi zombi debería ser perseguido por el PANI.

Mi abuela tuvo 14 hijos, lo cual ahora casi podríamos catalogar de violencia doméstica. A ella nunca la conocí joven, más bien atardecida y madrugadora, pero había vida en esa doña. Uno que solo tiene una niña y nació cansado piensa que la doble élice de los cromosomas giró al lado contrario. Recuerdo a doña Nelly y me da por descreer de la genética pero, al asomarme por encima de la baranda de la cuna, a veces también me da por creer.


De esta camada de chocolate, fresa y banano unos se fueron

para el hospital México y otros para un rezo del Niño.

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