En
una mudanza, el mar de chunches siempre devuelve algunos que uno no sabía para
qué tenía, otros que quería olvidar y todas esas inutilidades y recuerdos de
las que uno no se puede desprender. ¿Cómo es posible que guarde un chicle
fosilizado en forma de “J” desde 1995?
Luego
de cinco mudanzas en cinco años, yo me he hecho inmune a esos fantasmas del
pasado que toman la forma de La Guerra del Fin de Mundo de mi ex, la postal que me envió mi amigo Jeymer desde
Madrid y que me hacía llorar y el recado que me escribí a los 15 años para leer
el día antes de casarme. (Hey, tenía 15, la cursilería es un derecho).
Este
año me topé con mis intenciones del 2002.
Si hiciera este año las del 2012, luego de años y años, ya no tendría que
poner: “Dejar de fumar absolutamente”.
El IAFA dice que son siete intentos en promedio para ser exitoso. Es
terrible haber documentado la prueba con tantas listas.
Hoy
el NYTimes cuenta una especie de experimento que hace una de sus reporteras:
sacar a pasear a su gato, cual canino muevecolas. Es un absurdo en toda su expresión, ¿o no?
Por
un lado, los gatos son rebeldes y ansiosos. No tienen la serenidad para hacer
un paseo. Ellos no pasean si no que se escabullen y acechan. ¿Qué es lo próximo, hacerlos que nos chupen la cara y nos traigan
la pantuflas?
Pero
por otro lado, son seres cazadores. ¿No es cierto que fueron domesticados hace
apenas 9.500 años? Su hábitat son los exteriores, es normal que quieran andar
en el campo, aunque sea metidos en un absurdo arnés de jaquet.
Lo
mismo me ocurre ahora con la lista de propósitos. Tengo la duda reincidente de cuáles son mis
deseos, de qué proyecto nace de mi “naturaleza” y, de cuál, en cambio, responde
a la “domesticación” que he sufrido.
Por
ejemplo, ser mamá es una obligación social pero ahora no serlo también lo es,
sobre todo, en círculos de gente con más años de estudio. “¿Vas a tener un bebé? ¡Pero si solo tenés 30!”
Damn.
Claro
está que no hay una esencia inmaculada que está por encima de la cultura, las
tradiciones y la familia. Pero no sé si,
como gata, prefiero quedarme en casa siendo indómita o someterme al arnés con
tal de volver a mis raíces. Al fin de cuentas, ¿mi “indomabilidad” será otro
arrebato de mi socialización?
No
sé si quiero trabajar en el extranjero o creo que debo hacerlo. No sé si
quiero oír más música o si me han dicho demasiado que no he superado el Jagged Little Pill. No sé si quiero viajar o eso es lo que me
dice Facebook con su colección de capitales
antecedidas de una ridícula arroba.
Justo
ahora, veo desde la sala a Ani, nuestro gato (léase: espíritu libre, malvado e
indómito) a la par de la puerta del cuarto. Del otro lado, están mi esposo y mi
hija hechos un colocho y su “miau” indica que sueña con ser parte de la comunión.
Maldito
gato. A la mierda la lista.
"...qué proyecto nace de mi “naturaleza” y, de cuál, en cambio, responde a la “domesticación”..." Ah, exacto. Me identifiqué mucho con este (para mí) clásico dilema.
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